Soledad Morillo Belloso

Hay un antes y un después – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Hay historias con el poder para trascender el tiempo y el espacio. Don Quijote, con su lanza en ristre y su corazón lleno de sueños, sigue cabalgando. Ha salido de las páginas y demuestra que hay algo único y especial en el espíritu de todos aquellos que se atreven a soñar y luchar por lo bueno.

Una noche estrellada de 1605, algo extraordinario acontecía en una modesta imprenta. El aire, supongo, estaba cargado de expectación y misterio, como si las estrellas hubieran decidido descender para ser testigos de un evento mágico. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, la obra magistral de Miguel de Cervantes, estaba a punto de nacer al mundo.

Las letras impresas en esas páginas revelarían secretos antiguos y aventuras aún no contadas. Cervantes, un alquimista de palabras, transformaba sueños y desilusiones en poesía. Su pluma, como una varita mágica, daba vida a personajes inolvidables.

Me pregunto qué cruzó por la mente de esos primeros lectores cuando sus ojos se pasearon por aquel libro y fueron transportados instantáneamente a La Mancha. Ante su mirada, Don Quijote, montado en su fiel Rocinante, y Sancho Panza, en su burro, emergían de esas páginas como fantasmas vivientes, llevando consigo el polvo de los caminos y el susurro del viento.

Imagino a La España del siglo XVII como un tapiz colorido y vibrante. En las tabernas y plazas, las historias de Don Quijote y Sancho se convertían en el centro de toda tertulia. Las voces de esos dos se mezclarían con las risas y los suspiros de lugareños que hallarían que en esas frases lo real y lo imaginario podían convivir. Un hidalgo loco se convertiría en el héroe de todos.

Don Quijote y Sancho Panza no eran personajes de ficción; eran guardianes de sueños y esperanzas, capaces de cruzar las barreras del tiempo y el espacio. Los lectores bien podían imaginarlos cabalgando bajo la luna, sus sombras proyectadas en las antiguas murallas, probando que la locura de los sueños es el combustible de la vida.

Hoy, Don Quijote, con su lanza en alto y su corazón indomable, sigue cabalgando en la imaginación de todos aquellos que se atreven a soñar. Su espíritu desafía lo imposible, muestra la belleza de un mundo lleno de molinos, nobleza y verdad.

Ese libro lo cambió todo en buena parte del mundo. Es un antes y un después. No le falta ni una coma, no le sobra ni una letra.

Pienso en Cervantes. Lo imagino en su modesto hogar, reflexionando con la humildad que caracteriza a los verdaderos genios sobre su creación. Lo veo rodeado de pergaminos, con los dedos manchados de tinta, meditando sobre el destino de sus personajes. Quizás recibía visitas nocturnas de Don Quijote y Sancho Panza. Los personajes hacen eso, le tocan la puerta al escritor.

Las palabras de Cervantes tuvieron el poder de dar vida a lo irreal. Esa España del siglo XVII, mezcla de esplendor y decadencia, se convertía en el telón de fondo perfecto para las aventuras de aquel hidalgo. Y pienso en los lectores, unos maravillados por la osadía del caballero, otros riendo a carcajadas ante sus desventuras, pero todos, sin excepción, profundamente conmovidos.

Imagino a Don Quijote cabalgando a la luz de la luna, con su lanza en alto y su corazón atiborrado de sueños. Aunque el mundo cambie, siempre habrá lugar para los valientes que se atreven a soñar.

Imagino el ocaso de esa tarde de invierno de 1605. El aire lleno de murmullos y expectación. En un rincón tranquilo de la ciudad, los primeros ejemplares de una obra destinada a cambiar el curso de la literatura estaban siendo cuidadosamente encuadernados.

Esos libros no sólo serían páginas con palabras impresas, sino portales a un universo donde la imaginación y la realidad se entrelazarían.

Hay que imaginar la primera vez que alguien abrió el libro y se sumergió en las travesías de Don Quijote y Sancho Panza. Tal vez los personajes cobraban vida al ser leídos, saliendo de las páginas para cabalgar por España, confundiendo a los transeúntes con sus exclamaciones y risas.

La España de la época plasmada en esas páginas era un tapiz vibrante de colores y sonidos, con Don Quijote y Sancho recorriéndola, llevando consigo no sólo el peso de sus ilusiones, sino también la esperanza de aquellos que creían en la nobleza y la justicia.

Dudo mucho que haya inteligencia artificial capaz de crear algo que siquiera se asemeje a lo que Cervantes nos obsequió. Tendría que tener alma. Y una maquinita y unos algoritmos no la tienen.

 

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