Jean Maninat

Informe sobre sordos – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La sordera no tiene abolengo, no cuenta con la ayuda elegante del bastón, de los lentes oscuros como seña de identidad, de la marcha segura afirmándose paso a paso en el abismo de concreto, o la estampa  señorial acompañada de un perro guía Labrador. La sordera es banal, impertinente, inoportuna, irritante.

Borges mira a la oscuridad con las dos manos apoyadas sobre el mango de su bastón en una instantánea que es ya un clásico, en Profumo di donna (1974) Vittorio Gassman da vida a un portentoso exmilitar, ciego en un accidente, en ruta a Nápoles para cumplir un pacto de muerte con un antiguo camarada, mucho antes de que Al Pacino quisiera imitarlo danzando Por una cabeza, tieso y sin gracia. Ambos personajes ficticios son arrojados exmilitares, elegantes, apuestos y dominantes. Ambos son ciegos y altaneros. Y si nos vamos a los clásicos, ¿qué otro castigo que arrancarse los ojos podría sufrir Edipo por cometer incesto con su madre? Ante tamaño remordimiento, ¿a quién se le ocurre reventarse los tímpanos para acallar la voz de la consciencia?

Los sordos han sido de los grandes niguneados de la historia, de la literatura épica y de la rosa también. Si acaso, se revive la leyenda de  Beethoven componiendo, sordo y desgreñado, su magna y popular Novena sinfonía. Y, según pescamos en nuestras distraídas investigaciones sobre el tema, pareciera que Goya tendría insuficiencia auditiva que no le impedían pintar, pero sí desoír los llamados bonapartistas a la libertad dirigida en España. El pelirrojo Van Gogh se cortó una oreja con una navaja de afeitar por celos profesionales, pero no se sacó un ojo con un pincel como merecía su comprobada fama de irritable y desajustado. ¿Se imaginan ustedes a Aquiles con la mano envolviendo una oreja a modo de concha acústica para mejor escuchar las súplicas del acobardado Héctor frente a toda Troya?

Según la Federación Mundial de Sordos (WFD por sus siglas en inglés) existen aproximadamente 72 millones de sordos en el mundo y -oído al tambor, porque a esto vamos luego-, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) más del 5% de la población mundial (446 millones de personas) tiene una pérdida auditiva incapacitante, y una de cada diez lo será en el año 2050. Estas son las verdaderas víctimas de los que oyen plenamente, de la inquina de la casta auditiva, los que se hacen los sordos frente a los rigores de la sordera incipiente de los demás.

A ver, recorra usted su ciudad, sus comercios y sus bancos, sus teatros y salas de cine, sus transportes públicos y hospitales, observe las señales públicas de atención solidaria, seguramente las hay para todas y todos: ancianos, mujeres en cinta, ciegos, parapléjicos, ciervos y morrocoyes en la ruta, cocodrilos en la orilla, pero téngalo por seguro, no encontrará una dedicada a proteger a quienes sufren pérdida auditiva incapacitante. Los que están en camino de ser sordos sin serlo totalmente. Digamos, algo así como: Hable alto, escuchas diferenciados en el auditorio. Module bien al hablar, piense en los que escuchan con dificultad. No les grite, les cuesta oír pero son sensibles. (O prestarles audífonos para paliar la dificultad auditiva en la cola del avión, como a otros les proveen sillas de ruedas).

No, claro que no, nos seguirán aplastando con sus: ¡Coññññ, que apagues la luz antes de salir!, al menor y asustadizo, ¿qué? ¡Carajjjjj que Matilde se divorció de Juancho!, al menor y resbaladizo, ¿quién? ¡Berstiaaaa, en enero, la cosa es en E.N.E.R.O!, al menor y olvidadizo, ¿cuándo? Ese es nuestro Gólgota cotidiano y lo recorremos con reciedumbre. Así que duerman tranquilos en su audiosuficiencia, nosotros somos más de 400 millones de escuchapasito y cada vez seremos más, hasta que un día acallemos al mundanal ruido con la bulla de nuestras insuficiencias auditivas. ¡Está oído!

 

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