La tragedia bufa de Leopoldo López – Jorge Sayegh

Publicado en Contrapunto.com

Por: Jorge Sayegh

Que Leopoldo López se haya convertido en el primer “preso de conciencia” de la Venezuela socialista del siglo53fae999c76941e8bb69bc75ddee3eeb_400x400 veintiuno es un chiste que no da risa.

Comprender las motivaciones y estrategias políticas de Leopoldo López resulta una especie de adivinanza. Su carrera política como funcionario público es escasa, porque este (des)gobierno ha cercenado sus derechos políticos con una “inhabilitación” a todas luces ilegal. La única demostración de sus habilidades como gerente público fue su excelente gestión en Chacao, pero este ejemplo no deja de ser insuficiente. Ciertamente pasó la prueba con honores, pero ser alcalde de este municipio —más durante la época en que lo fue— no es precisamente un reto político. Es prácticamente como ser presidente del Club Puerto Azul y mucho más fácil que desempeñarse como rector de la UCV.

Su trayectoria como líder y hombre de partido, en cambio, es más errática o, en cualquier caso, bastante personalista. Fue fundador de Primero Justicia, pero renunció a ella justo antes de las elecciones internas. Recaló en Un Nuevo Tiempo, pero terminó siendo expulsado (según UNT se retiró voluntariamente) para terminar creando un partido a su medida, donde él es el principal líder. Dentro (quizás haya que decir más bien fuera) de la MUD ha sido una roca en el zapato. Aquel 12 de Abril, por ejemplo, fue un desacato al acuerdo tomado por consenso en el seno de la Unidad poco menos de un mes antes. Queda claro que no es un hombre que se sienta cómodo en niveles de subordinación y que no es alguien muy confiable para el resto del equipo.

Sin embargo hay que reconocerle su vis carismática y sus dotes de liderazgo cuando es el protagonista principal del show. Las evidencias demuestran que hoy Voluntad Popular y Leopoldo son las referencias con mayor aceptación entre la opinión pública adversa al chavismo. Digamos que en términos de captación electoral, López ha hecho algo que deberíamos llamar un buen trabajo, aunque los métodos y el costo hayan sido poco ortodoxos y demasiado altos.

Como efecto para la política nacional, el problema para el país es otro, porque suponer que Leopoldo López merece ocupar ya la Silla de Miraflores, es como creer que Donald Trump puede ser un buen presidente. En este punto es donde percibo lo parecidos que son el “pueblo chavista” y el “pueblo opositor”. El éxito de Chávez, sin duda intuitivo, fue saber estimular el clítoris político de la singularidad venezolana. En cierta medida, ser chavista es ser venezolano. Pero lo que más me aterroriza es la similitud que existe entre el imaginario venezolanoide y la pelotudez del Partido Republicano.

Venezolanidad e inmediatez

Para que el lector políticamente correcto no se perturbe en las siguientes líneas, aclaremos que las generalizaciones no significan “todos”, sino “una mayoría significativa”; que no necesariamente se desprenden de prejuicios; y que las categorizaciones son indispensables porque sin ellas no podríamos entender nada de la vida, enfrascados en cada una de las particularidades de la realidad. Dicho esto prosigamos.

Los venezolanos somos desesperadamente impacientes y recurrentemente inmediatistas. No entendemos el valor de la madurez de los procesos. De la creación por etapas. De los planes a largo, ni mediano plazo. Lo queremos todo y lo queremos ya. Quizás se deba al trópico y su lluvia de mangos o a los (des)afortunados booms petroleros, no importa por qué, pero el hecho es que todas las mañanas nos levantamos esperando que llegue galopando un héroe presidencial con una espada en una mano y una varita mágica en la otra para imponer justicia y progreso sin que los demás tengamos que hacer más nada que abrir la boca para pedir.

Ocurrió con CAP y con Chávez y desde hace más de 17 años ocurre con un pueblo clasemediático que se ha debatido, enamorado y desilusionado con mesías tan improbables como Irene Saez, Carmona Estanga y, ahora, Leopoldo López. Pero sucede que Leopoldo tiene más fuelle que los colegas que lo precedieron. Aceptemos también que algunas de sus “ventajas comparativas”, con las cuales “promociona” su imagen, se parecen mucho a nuestra tradición reciente del liderazgo: 1) exige un cambio inmediato de gobierno (#LaSalida, la “Transición”); 2) sufre prisión injusta; y 3) propone una nueva constitución como panacea. Los mismos atractivos con los que Hugo Chávez arrasó en 1998.

Entre la miseria humana y el reality show

Leopoldo López es una víctima. No denunciarlo a los cuatro vientos o, peor aún, justificar su presidio injusto y descaradamente perverso es, por decir lo menos, miserable. Sin embargo es muy grave no medir la dimensión real y causa de esta tragedia. Leopoldo está preso no porque represente un peligro real para el régimen, ni porque los chavistas son bien malucos, sino porque en Venezuela el Poder Judicial es un exabrupto medieval. Leopoldo López es un ciudadano más que ha caído en la trampa tribunalicia que deja impune más del 90% de los homicidios, secuestros, violaciones y atracos a mano armada que desangran al país. Si todavía no se ha dado cuenta de esto, querido lector, le sugiero que reflexione acerca de ello.

Todo chavista está convencido de que Leopoldo López es culpable. Un agente de la CIA, un “golpista” (irónico, ¿no?), un apátrida, un explotador y un asesino. Me parece bien, todo el mundo tiene derecho a tener su opinión. Yo, por ejemplo, creo firmemente que el Ché Guevara —aunque su mamá parece haber sido una santa— era un hijo de puta. Lo que no puedo aceptar es que haya sido ajusticiado después de haberse entregado (como el cobarde que era). Pudo haber sido un guerrillero sanguinario, pero, más allá de la formalidad de los DDHH, en honor a la inteligencia del ser civilizado, todo prisionero debe ser juzgado imparcialmente.

Por eso no dejan de decepcionarme mis amigos chavistas quienes creen, o quieren creer, que en la sentencia de la hoy internacionalmente famosa jueza Barreiros hay un ápice de justicia. Es muy raro. Si conversas con ellos declaran sin tapujos que la justicia venezolana es un desastre y pobrecitos los “privados de libertad” (¡qué eufemismo tan infame!), pero cuando hablamos del caso López no dudan de que “se hizo justicia”.

Por otro lado, también me sorprende la euforia melancólica de mis amigos escuálidos por el infortunio de López, en la medida que personalizan su martirio como ejemplo de lucha, prácticamente la única lucha que podría darse en el país. Leopoldo López es víctima de una injusticia porque estamos (des)gobernados por una manga de inescrupulosos maquiavélicos. Pero también es una víctima porque él escogió el camino de la provocación como un atajo para lanzar al estrellato su carrera política. Y le ha funcionado.

Es muy contradictorio que el chavismo haya alimentado el aura de martirio de Leopoldo, primero “inhabilitándolo” (qué figura tan retorcida para cercenar los derechos ciudadanos de los adversarios políticos) y luego convirtiéndolo en un preso político. Pero cuando se observan los resultados, uno cae en la tentación de pensar que al chavismo le resulta tan conveniente tener una oposición sifrinezca y pataletera —en vez de una con paciente labor popular— que parece que victimizaran a López de manera consciente y estratégica.

La graduación del calabozo

Todos los presidentes de la democracia venezolana fueron alguna vez presos políticos. Betancourt, Gallegos, Leoni, CAP y Luis Herrera sufrieron prisión bajo dictaduras. Incluso Caldera durmió una noche tras las rejas y al día siguiente, apenas lo soltaron, piró para los Estados Unidos. Chávez se entregó después de fallar en su intentona y nunca llegó a juicio porque Caldera sobreseyó su caso de manera muy irresponsable, pues su operación militar en Caracas significó un número indeterminado de muertes, cuya cifra oficial es de 14, pero de la cual no hay certeza. Un proceso judicial imparcial hubiera sido indispensable para deslindar responsabilidades y hacer justicia a las víctimas caídas. Dentro de la lógica de esta estadística, casi beibolística, Leopoldo López es actualmente un gran presidenciable.

Maduro parecería la excepción, pero como no estamos seguros de que haya ganado en realidad las elecciones y ni siquiera sabemos si de verdad es venezolano, no cuenta.

Leo con satisfacción que el Senado chileno acaba de condenar unánimemente la sentencia contra López. Es particularmente significativa porque la moción fue aprobada incluso por miembros del Partido Socialista. Es un avance que la comunidad internacional por fin esté actuando con un mínimo de ética política. Esto se lo debemos al sacrificio de López, hay que reconocerlo, pero también hay que entender que la presión internacional (que todavía no existe, ojo, esto es sólo lo que, quizás, podría ser el principio) si bien es útil, no es suficiente, mucho menos determinante, para su liberación.

La única opción que tiene López de poner fin a su presidio y recuperar sus derechos políticos pasa porque el 6 de diciembre la oposición arrase en los comicios legislativos. Contradictoriamente, las elecciones para las cuales no tuvo paciencia hace casi dos años, son la puerta de su libertad. Ese es el irónico destino del líder más importante de la oposición venezolana.

En Venezuela no hay presos políticos, sino políticos presos…

Una de las frases más repugnantes que jamás haya podido enunciar un supuesto “defensor del pueblo” se perpetró en los labios del actual embajador de Venezuela en el Vaticano. Lo cierto es que la historia reciente de la persecución política en nuestro país es muy sui géneris, por ello le ha sido tan difícil a las instancias y organismos internacionales declararse al respecto. La Jueza Afiuni, es un ejemplo perfecto de esta singularidad. Ella nunca antes de su detención arbitraria (más precisamente: caprichosa, temperamental y despótica) se había pronunciado políticamente en contra del gobierno. Sin embargo terminó siendo una presa política, amén de sufrir vejámenes e injusticias.

Según Amnistía Internacional “Presos de conciencia son aquellos que, sin haber hecho uso de la violencia ni haber abogado por ella, están privados de libertad por razón de su raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política, por el origen nacional o social, o acusados de hacer uso y reivindicar los derechos recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Por eso ha sido tan importante para el gobierno acusar a Leopoldo López de promover la violencia hasta el punto delirante de sustentar su caso en la opinión ¿profesional? de una semióloga, quien interpretó que López quiso decir exactamente lo opuesto a lo que dijo.

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5 comentarios

  1. Fabuloso artículo que dice cuatro verdades tanto en pro como en contra. Añadiría al perfil de Leopoldo que tiene un poco nutrido bagaje intelectual y (esto lo he presenciado varias veces en militancia) un olímpico desprecio por la opinión de los demás y en general, por los demás.

  2. Me encanta poder leer a un ser pensante,y coincido y lo felicito por decir lo que pareciera es una locura. No logro entender como de repente es Leopoldo López el gran líder ??????….he llegado a oír que es el nuevo Mandela HORROR…… Insisto no podemos seguir con protagonistas sin ideas, necesitamos un equipo, que nos incluya para trabajar en un proyecto de país. Basta de tanto fantasma martirizado.

  3. Muy acertada algunas de tus opiniones, solo que habría que pensar y preguntarse hasta cuando vamos a seguir en esto o será que tendremos que emigrar para vivir mejor? Alguien quien ha sabido manipular la situación le saca provecho político al descontento de parte y parte, pero a la final su presidió es la imagen al espejo de muchos que hoy quieren manifestar en contra del DESgobierno

  4. Excelente artículo… que sirva como recordatorio de donde viene LL y todas sus acciones para llegar al punto que tanto adverso, ya sea por impaciente, por ganar centimetraje, seguidores o egolatría… Se perjudico el sólito, afectó a su familia e hizo daño a la oposición ….

    1. Pareciera que el autor no se deja envolver por la presión leve pero ubicua del «héroe en desgracia» que a muchos impide decir lo que realmente se piensa de mucha gente.
      No necesitamos héroes ni mártires: los primeros son irreales y los segundos protagonizan suicidios inútiles.
      Necesitamos gente que sepa hacer lo que hay que hacer, que viva según principios universales y trabaje sin aspavientos.

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