Soledad Morillo Belloso

La vajilla de la abuela – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

No sabemos si la situación caldea los ánimos o si los ánimos exacerbados le suben la temperatura a la situación. Todo indica que las protestas estallan porque la gente simplemente no aguanta más. Muchas veces y en todos los tonos se le advirtió al régimen que todo tiene un límite y que el pueblo acabaría explotando. Y no hizo caso.

28 de septiembre. Venezuela protesta en la calle; el estado que en más lugares se registraron protestas fue Nueva Esparta con 22; lo siguen Anzoátegui con 7; Guárico con 4; Distrito Capital con 3; Falcón con 2 y Apure, Aragua, Barinas, Carabobo, Lara con 1, respectivamente. Y eso solo en una jornada. La gente, furibunda, enardecida, reclama. Agua, electricidad, gas, gasolina, megainflación, carencia de alimentos, víveres, medicamentos, transporte. En Venezuela es temporada de mucho calor y eso alborota la rabia. La gente reclama porque está harta de levantarse todos los días al sufrimiento. Protesta porque está hastiada de la atrocidad consuetudinaria. El informe de la ONU, seguido del mensaje de Guaidó y de la nueva declaración de Bachelet, lejos de amainar las rabias (porque aterra ver en negro sobre blanco lo que el régimen ha sido y es capaz de hacer), parece haber desvestido de miedo a los venezolanos. «¡Que me maten!», grita una mujer en Nirgua. Es una señora a la que no se la puede tildar de «burguesita escuálida», aunque escuálida está de tanta hambre.

Hace unos meses hubo en Nva. Esparta hubo un soterrado «golpe de Estado». La consecuencia hoy es la ausencia de Estado. Y no existe Sociedad sin Estado. La naturaleza no admite el vacío.

La pregunta es si las protestas que vemos en muchos lugares es suficiente para que en Miraflores y en Fuerte Tiuna (y también en el Palacio de la Revolución en La Habana) van a darse por enterados.  Como ya es su costumbre, escogieron por continuar con su política de caerle a balazos, golpes, lacrimógenas, peinillazos, cocotazos a la gente. La política del régimen es de teflón. Le resbala todo.

Una cosa deberían entender algunos: se puede correr la arruga, pero eso no significa que se alise la arruga.

Está represión, es cierto, ocurre porque los efectivos de los cuerpos de seguridad son naturalmente fascistas. Pero hay algo más. Porque una cosa es los funcionarios sacando a pasear  el estilacho de fascismo espontáneo y otra muy distinta es la decisión que se toma con aire acondicionado en las oficinas de Miraflores y Fuerte Tiuna. Porque es allí donde se decide proceder con allanamientos y de llevarse preso a un gentío y endilgarle delitos.  Esas son decisiones que se toman en frío, con lista escrita. Ahí es donde queda de bulto que esto no es una reacción (malcriada e histérica) a la protesta del pueblo. Es una decisión de presentarse como lobo feroz. Y eso es adrede. Busca que aumente significativamente el deseo de la gente de verlo fuera. Y que ello haga que él pueda establecer sus condiciones para irse.

El «juego» es complicado. Afuera lo saben. Y en Venezuela muchos también lo saben.  Se trata de cuánto entendemos que el futuro no puede ser convertir en punto de honor quién se queda con la vajilla de la abuela.

 

 

 

 

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