Lo que quiero que se lleve el viento – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Escribo este texto el 17 de diciembre. Lo esperable sería que en tiempos navideños ésta fuera una carta de peticiones al Niño Jesús, una lista de las cosas que yo desearía me trajera. Pero cambio esa misiva por una epístola al viento con el detalle de cosas que nos sobran, que son un pesado fardo sobre nuestros hombros, que contaminan el aire y nos asfixian.  He aquí una brevísima lista de lo que quiero que se lleve el viento.

La vulgaridad del «recienvestidismo». Esa cosa prosaica y procaz de hacer dinero sucio y luego, a voz en grito, con faros reflectores y videos posteados en redes, publicitar sus festines en los que abunda y se derrocha el exhibicionismo y falta de  la más elemental expresión de la clase y la elegancia que, como bien sabemos, no se compra por mucho dinero que se tenga.

La mediocridad política. Esa que es tan evidente en filibusteros que brincan de un lado a otro, montan mobiliarios enclenques en los que forjan acomodados acuerdos y que pretenden  hacerse un espacio que por la vía decentemente democrática no lograrían.

El indisimulable oportunismo. Ese hacer política desde el concepto «estar con el poder pero sin ser poder», para nunca ser responsables de nada. Es decir, los que se «recuestan» del de turno y creen que uno es tan idiota que no se da cuenta.

La incapacidad emocional de algunos para tener empatía con el que sufre y, sin embargo, escribir hipócritas textos barrocos y edulcorados pontificando sobre la pobreza y otros males apalancándose en manidas citas de autores famosos, frases religiosas y argumentos intelectualoides. Es la gente que dicta cátedra sobre política desde la antipolítica y, puestos en el brete de la operación, siempre se refugian en el «yo no soy político» para justificar su inmensa capacidad para hablar paja .

La victimización del yo, que es la excusa perfecta para culpar a otros de todo lo que pasa sin que «yo» tenga que salir de la comodidad de las redes en las que el llantén es el arbusto nacional. 

La destrucción sistemática de nuestro hermosísimo idioma. Ruego al viento que se lleve lejos, muy lejos, el «aperturar», el «ocsilar», el «ambos dos», el uso errado de «habían» y «hubieron» y  una larga lista de barbarismos.

Los hombres que tienen el mal gusto y la patanería de no ponerse medias cuando usan zapatos de vestir. A esos es urgente que se los lleve un huracán. 

No le pido al viento que se lleve a los «ocupas» de Miraflores porque de esos, y por vías constitucionales, nos ocupamos nosotros.

Lea también: «La Casona es nuestra«, de Soledad Morillo Belloso

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