Los gritos del silencio - Carlos Raúl Hernández

Los gritos del silencio – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

La dignidad del pensamiento, encarnada en Sócrates, Giordano Bruno, Voltaire, Solzhenitsin, Sajarov, Havel, consiste en buscar “la verdad” y jugársela por ella. Eso es lo que da moralidad y jerarquía a la práctica teórica. No podemos ser ellos, pero tampoco sus antípodas. Callar, halagar a los que dirigen, acomodarse a pifias suicidas, es su caricatura, o mera incompetencia. Igual salir radiante como Venus del mar entre espuma del semen de Zeus a analizar el error consumado cuando ya es inútil. Después del fracaso ruinoso, el jardín se llenó de girasoles parlantes que nos pasmaron con su brillo dialéctico, precisión expositiva, clarividencia, por desgracia bajo tierra cuando eran necesarios contra el disparate y no vale comprar lotería después del escrutinio. Médicos que solo saben hacer autopsias. La razón práctica se debe imponer sobre la confusión, la crisis y el debate feroz.

Cuando caminabas por alguna plaza y te fijabas bien, descubrías alguno haciéndose pasar por árbol de acacia, o por ardilla y si lo saludabas se ponía el índice sobre los labios (sssssssshhh no digas que me viste) Max Weber pensaba que la función del político es buscar el poder, la del estudioso buscar el conocimiento y no deben confundirse. Los griegos dividen el pensamiento en doxa (opinión común) y episteme (saber sistemático o científico) La doxa es un físico nuclear que habla sobre las vicisitudes en el Medio Oriente y la episteme es un físico nuclear que habla de física nuclear. Los abajo-firmantes o los curiosos pueden decir cualquier simpleza y se entiende, “hablan con el corazón” pero los “doctos” están obligados a argumentar su silencio o su error. Llamar “presidencia provisional” un parapeto era sobre todo ridículo. Dante tenía un círculo del infierno para los malos consejeros.

Falta una antología de canalladas y calumnias contra quienes plantearon transar e ir a elecciones desde el primer momento, entre 2016 y 2019, con la potencia de 80% de apoyo popular. “Fundamentalistas del voto”, “cese de la usurpación”, “ya estamos cerca”, “Maduro vete ya”, “calle, calle y más calle” (muertos, muertos y más muertos), “¿cuánto te pagan tarifado?”, “solo se negocia con Maduro dónde se asilará”, “colaboracionistas”, “intervención militar democrática”, “si o si”, “presidencia interina”. Prohibido olvidar a los asesores estratégicos residuales que embaucaron activistas, gente de buena fe y a la comunidad de países, con demencias quijotescas, “ilegitimidad”, invasión extranjera, explosión social, sanciones que derrocarían al gobierno, aunque lo que derrocaron fue la energía de combate y ahora “se negociará” entre escombros. Moraleja: no hay que hacerse los locos ni adular cuando pulula el desvarío sino cumplir la responsabilidad de la razón.

Gafedades asesinas. Un debate académico es inocuo, nace y muere en su cápsula. Pero en la política real los intelectuales pueden contribuir en grandes tragedias colectivas o en evitarlas. Dicen que viene una proposición novedosa: la “constituyente”, en mentís a que “después de la caída cualquiera ve la piedra” y a favor de que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” y ya lo hicimos muchas veces. La demencia abstencionista de 2005 entregó a la revolución todo el poder para hacer lo que le diera la gana, y se repiten los traspiés en 2017, 2018 y 2020, lo que liquida las fuerzas de cambio en su actual postración. Después del majestuoso triunfo en 2015 contra rayos y centellas, presiones, terror y trampas, era el momento de negociar. Venían las regionales y locales que prometían otro triunfo clamoroso y un horizonte interesante en presidenciales de 2018. Había que dar garantías institucionales al gobierno, posiciones de poder, convencerlo de que la vida seguiría su ritmo y no vendrían vendettas disfrazadas de “justicia”.

No tenía clase. Eso hizo la sensatez en muchos países para que el cambio no se auto desestabilizara con cacerías (solo veamos a Iván Duque). Decidieron no ir a elecciones, derrocar a Maduro en las calles y vino la hecatombe. No sé si a algún historiador del futuro le interesará una “narrativa” (hablemos snob) tan bufa como la de políticos y asesores que en 2018, frente a un gobierno con 80% de rechazo, deciden abstenerse. “No hay condiciones” dijeron, pero la razón subliminal era que a Henri Falcón no lo aprobaba el sanedrín por falta de pedigrí. Hoy los teóricos del silencio, antaño a favor de los despropósitos que mataron al movimiento social, se explayan en hermenéuticas, porque ya no hay peligro de que las víboras muerdan y tutilimundi es alacrán, negociador o colaboracionista. Ojalá la experiencia de ir a tratar de hinojos con el gobierno después de despilfarrar los grandes esfuerzos y sacrificios de nuestra sociedad, abra las cabezas de roca. Incurrieron en los mismos errores de 2005, trece años después y no estamos libres de repetición. Hoy Maduro luce la pechera cuajada de medallas por las palizas que dio a la gafocracia.

 

 

 

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