Por: Jean Maninat
Tough Guys Don’t Dance
Norman Mailer (1984)
Mailer era un hombre blando, soft, y como todos los blandos vergonzantes se recubría con una coraza de hojalata, llevaba la palabra F… (es decir fuck) a flor de labios todo el tiempo, practicaba boxeo como forma de masoquismo y en un arrebato de furia acuchilló a su esposa. A los escritores gringos les da por ser rudos, como Papa Hemingway cazando fieras en África o pescando marlines en aguas del Golfo de México (¿de América?), Melville persiguiendo una ballena blanca en la cabeza del capitán Ahab, o Kerouac buscándose a sí mismo en una carretera de drogas y promiscuidad sexual.
Pero… viéndolo bien, razón tenía Mailer, uno no veía a los rudos, rudos moviendo el esqueleto como Elvis, sacudiendo la pollina como un Beatle, o quebrando las caderas como Sandro o mi amigo el Puma. No señor, al menos en los megabytes que le quedan de memoria a esta columna no se recuerda a John Huston, ni a su tocayo John (the Duke) Wayne, ni a Harry -Clint Eastwood- el sucio, ni a Charles Bronson el vengador, o a la enfermera Ratched -Louise Fletcher- la del nido del cuco, en semejantes explosiones de debilidad exhibicionista. (No, no, no, paren allí, don Corleone bailó pero ya al final de su periplo, en la boda de Connie, su hija, cuando estaba reblandecido, con los reflejos estratégicos mermados, a punto de perderlo todo de no haberse metido Michael para salvar el patrimonio de la familia y la saga El Padrino).
Yes, amigas, los tiempos no son los mismos, y los toughies de hoy tampoco, parecen de masmelo, como recién salidos de una academia de baile para la tercera edad. ¿Quién ha visto? El presidente reelecto del país más poderoso del planeta (digan lo que digan los chinos), el hombre que derrotó todos los cercos judiciales, los pronósticos de los bienpensantes, que arrancó su segundo mandato con decenas de órdenes ejecutivas para cambiar el mundo a lo poco de prestar juramento, el que quiere apropiarse de Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá, el mero, mero güero, el duro por excelencia, no aguanta una musiquita (si es de Village People peor) sin que cierre los puñitos, los mueva a ritmo de limpiaparabrisas y arranque un vaivén de muñequito eléctrico que amenaza con convertirse en el pasito de este verano en las playas del mundo civilizado por el bikini.
(Y la fiebre de sábado por la noche no conoce fronteras ideológicas, ni acervos culturales. Al mandatario venezolano, de repente, sin previo aviso, le da por ponerse a bailar efusivamente, con movimientos de sifrino bailando tambor en La Sabana en Semana Santa. Y el rockero Milei, el de la motosierra anarco-liberal, acompañado de toda su troupe extasiada, ya ensayó en público el paso del presidente reelecto norteamericano. Ni que decir de Musk, el favorito, quien lo intenta cada vez que su futuro verdugo mueve los puños, él se levanta de su asiento y comienza hacer unos movimientos afiebrados, lo más parecido a un autómata blanco desatado, sin un átomo de Sudáfrica ni en los oídos ni en los pies).
Lo sentimos Norman, los hombres duros creen que aprendieron a bailar… y ahora no hay quien los detenga en los salones de baile.