Los gritos del silencio - Carlos Raúl Hernández

Los monstruos de mayo – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

“No podemos seguir gobernados pasivamente por las leyes de la ciencia, ni de la economía…”
(Asamblea estudiantil. Toulouse 1968)

El llamado mayo francés de 1968 conjuga dos terremotos contradictorios en el pensamiento, apocalipsis o integración, yin y yang. La rebelión contra el oscurantismo y la represión a las mujeres de los años 50 toma el mundo; los anticonceptivos y la minifalda, el gran invento de Mary Quant. Irrumpen al mercado laboral, las universidades, bajo el influjo de la TV, el cine, el rock, música sexual de Elvis y Jagger. Pero en esa legítima y auténtica explosión de libertad se camuflaba el radicalismo totalitario que quiere cambiar la naturaleza humana, machacar la médula, las entretelas, las moléculas de la vida: la familia, el trabajo, la escuela, la religión, el hogar, y esas semillas aún pugnan por retoñar. En consignas poéticas vertían su despotismo inspirado en el Libro rojo de Mao, los delirios de Herbert Marcuse y la revolución cubana por una moral revolucionaria y colectivista que daría fin a “burguesas” libertad moral, individuo y vida privada. “Cubano, trabaja. Tu mujer la vigila la revolución” fue la consigna para que, aplacados los celos, los hombres se entregaran a la adefésica zafra “de las diez mil toneladas”.

Para Marcuse, la familia proletaria sustentaba al sistema y la fuerza motriz de la revolución tendrían que ser delincuentes, presidiarios, drogadictos, marginados y antisociales. Las calles anarquizadas de París fueron el gran aquelarre para Michel Foucault en submundos sórdidos donde lo mordió el SIDA. Manifestaciones de la Unión Nacional de Estudiantes terminan en violencia con la policía, el cierre de La Sorbonne, Nanterre y la educación media, los sindicatos de izquierda llaman a una huelga general para derrocar el capitalismo. Se decreta cacería de brujas contra profesores no suficientemente revolucionarios. El más brillante de todos los bribones, Jean Paul Sartre, fungía de gran Inquisidor e hizo expulsar de la universidad a Raymond Aron, el pináculo del pensamiento francés del siglo XX.

Francia, Italia, EEUU, Alemania, Inglaterra, al decir de Marcuse, eran sociedades oprimidas, enajenadas por el “bienestar”, el consumo, pero en las calles vivían formas extremas de libertad, prohibido prohibir, pero soñaban con el paredón de la Revolución Cultural China, Enver Hoxda de Albania y Fidel Castro. Las huelgas eran “salvajes”, sin objetivos, no por mejoras laborales sino para derrocar el orden burgués. A mediados de ese meteórico mes, había diez millones de huelguistas, 2/3 de la fuerza de trabajo. En la capital histórica de las barricadas, había algunas en las que día y noche un piano interpretaba jazz. Al principio del enfrentamiento, la fuerza pública dejó miles de heridos, luego la policía se repliega. Pero en medio hay una figura excepcional. El presidente Charles De Gaulle era un personaje épico, de un valor personal casi imposible. Fue baleado en tres ocasiones y recibió un bayonetazo cuerpo a cuerpo. En 1916 perdió el conocimiento por una explosión de gas mostaza y lo secuestraron los alemanes, de los que intentó fugarse cinco veces. Caminaba en medio de balaceras sin siquiera bajar la cabeza, en medio del pánico colectivo.

De Gaulle abandona el palacio del Elíseo, “estaba caído”, pero el hombre de hierro no dio su brazo a torcer y se refugió en una base francesa en territorio alemán, Baden-Baden, dirigida por uno de sus mejores amigos de la guerra. Francois Mitterrand declaró que “en Francia el Estado dejó de existir”. El 30 de mayo, después de crear una situación de ansiedad límite con su desaparición, emerge y afirma, contra las conjeturas, “no renunciaré…probaré a los franceses que los fanáticos del totalitarismo y la destrucción hicieron un carnaval”, y anuncia elecciones adelantadas para el 23 de junio, en las que triunfó apoteósicamente. Como dijo Marcuse, De Gaulle convirtió “cada barricada, cada automóvil incendiado… en decenas de miles de votos para el gobierno”. Los revolucionarios sacan un millón de manifestantes, con la consigna elección=traición, los cuerpos de seguridad se despliegan en los Campos Elíseos en Estado de emergencia.

Por fortuna los abstencionistas suspenden la movilización, aceptan el proceso electoral y todo termina en los bistros abarrotados de manifestantes que combaten contra las existencias de vino y cerveza. Mattei Dogan en su monumental obra Ciencia política y otras ciencias sociales dice que 57% de los franceses rechazaban un golpe de Estado y votaron contra la insania revolucionaria, que ahogó en odios y vituperios a los que la cuestionaban. Los estudiantes de Nanterre recibieron con vítores a los sindicatos en una gran asamblea, y minutos después los corrieron a insultos porque estos ya no querían expropiar las fábricas. Simone de Beauvoir escribe en El pensamiento político de la derecha: “…el pluralismo es burgués porque la revolución tiene una verdad única”, y su carnal Sartre, padrino de la revolución de mayo, denuncia la traición del Partido Comunista por asumir preceptos burgueses como el pluripartidismo. Aron repudia las humillaciones contra honorables profesores que cuestionaban al movimiento, al que define como “una masa de resentimientos en envoltura lírica”. La historia lo absolvió. (Youtube: Aron analiza mayo 68)

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