Un fin de semana de bulos, rumores y cortes de electricidad. De indecisión de un gobierno que habla y habla y nada hace para intentar sacarnos de este marasmo en el que el país está atrapado. Un continuado ejercicio de la sandez. Los mercados atestados de gente que ve los precios de cualquier cosa y saca cuentas para concluir que simplemente no hay cómo pagar. El bolsillo está perforado por una (híper)inflación que es un circulo vicioso. No hay cómo ganarle, no importa cuánto queramos intentarlo o cuántas volteretas demos. En dólares el costo es una ridiculez. Pero en bolívares la situación es inmanejable. Y resulta, pasa y acontece que la inmensa mayoría de la población no tiene dólares para quemar. En bolívares el costo de vida es una vulgaridad, un asunto indecente. Mis amigos argentinos y de otras nacionalidades que vivieron esto me dan consejos, me dicen que pasará. No lo dudo, pero el costo económico, emocional y físico que pagamos es altísimo. Lo más indignante y denigrante es ver las panzas infladas de los personeros del régimen mientras es ostensible la creciente flacura de la gente de a pie. Parece que lo hicieran adrede, salir en televisión para restregarnos en la cara las resultas de su haberse afanado la más estrafalaria suma de dineros públicos.
Celebran, con bombos, platillos y una campaña multimillonaria, un mes de la Constituyente. Se dice que la gallina cacarea cuando pone huevos, pero esta fiesta es cacareo de una gallina estéril. Hasta hoy no hay una acción de la Constituyente que pueda ser calificada como medianamente sensata o que sirva para algo como no sea para atornillarse en el poder o garantizar la impunidad a los enchufados. Una gigantesca farsa, un monumental engaño, un descomunal costo. En realidad, esa «asamblea» es manejada por un cogollito, pero sorprende cómo tiene sojuzgado a Maduro. Las sanciones de Trump no son suficiente excusa, porque eran previsibles y hasta con fecha escrita en lápiz en el calendario.
Y al barranco le queda. No hemos visto lo peor. A Maduro le hicieron una propuesta de paquete de «soluciones», que entre otras perlas incluye no entregar ni un dólar al sector privado, cerrar la frontera con Colombia, vender el petróleo a los «aliados eurasiáticos» en una suerte de modelo de trueque. Más controles. Más centralización. No es cuestión de pesimismo. Es de realismo. Con esas revolucionarias ideas es de entender que nos hundirán aún más. Lamentablemente los asesores que diseñaron este paquetazo camboyano tienen vara alta con el presidente. Se dice que otros factores en el gobierno no están de acuerdo y que alguna esperanza queda que no se aplique este nuevo disparate.
La persecución a Lilian, para evitar que se reúna con mandatarios en Europa, la amenaza de «encanar» a Julio Borges, la atrocidad contra Teodoro y las quejas desencajadas del canciller son gritería, lecos de payasos. Todos factores para distraer la atención de la realidad cruda y dura: la burla constante a un pueblo que ya no sabe cómo aprender a sufrir más. Y en medio de tanto dislate y maluquería, los cortes de electricidad aumentan, a razón de varias horas diarias. Me pregunto si en Miraflores no atinan a entender que cuando se va la luz las apariencias desaparecen y todo el caos se ve tal como es. Se caen todas las máscaras y nada se puede ocultar. Se ve la miseria sin maquillaje. Hay que rogar a Dios que no enfermemos, pues enfrentar una enfermedad sin los medicamentos necesarios es una sentencia de muerte, tanto como lo es la desnutrición a la que han sido condenados grandes números de la población, incluyendo niños, ancianos y grupos vulnerables. La destrucción de empleo es un virus que afecta particularmente a los más pobres. Pero en los palacios y cuarteles no puede importarles menos. Son de teflón; todo les resbala. Pero eso sí, ahora hay PDVSA TV. Supongo que para contarnos cómo llevaron a la insiforia y la bancarrota a una empresa extremadamente rentable.
Sin embargo, veo a la gente, haciendo de tripas corazón. Sigo sin saber de dónde nos sale el ánimo. Va mucho más allá de lo que nos revelan las encuestas. Es como si no importa qué, nos neguemos a aceptar esta epopeya ridícula y patética que nos quieren imponer. Le tienen pavor al pueblo, ven a los venezolanos y tiemblan de pánico. Y en lo único en lo que piensan es en cómo escaparse de este horror que han creado. «¡Que se vayan!», dicen los ciudadanos. Y eso retumba en las cuatro esquinas. Si suspenden las elecciones, como tanto se rumorea, quedarán ante el pueblo y ante el mundo como lo que son.