Una noche en Palacio

 

                                                                                                                                                                                                                                      Por: Jean Maninat

  El texto que sigue lo transcribí de un tape – sí, un tape de plástico gris de esos de grabadora del Jurásico – que me envió Romualdo González, un informador de la temida XV2-7, sobre quien, por razones de seguridad, la mía, no puedo decir, cómo, cuándo y dónde conocí.

   La grabación, apenas escucharla, se autodestruyó ante mis ojos, echando chispas por toda la casa como si fuera un saltaperico. De manera tal que intento reproducirla de memoria, lo cual, en mi caso, es un despropósito total. Aquí va:

—Aló, aló… por favor con el conserje del Palacio de la Revolución.

—Sí  aló, soy yo, Robeltico. ¿Quién habla? Cojones no se escucha nada…

—Hermano me escuchas, soy Gonzalito.

—Gonzalito… ¿Qué Gonzalito?

—Soy yo mi pana, el conserje de Miraflores. Te acuerdas… nos conocimos en el Congreso de Conserjes Revolucionarios.

—¡Alabao asere! Claro que me acuerdo: el terror de las conserjes  suecas. ¿Cómo tú tá?

—Aquí Robertico un poco angustiado. Tú sabes que el Jefe está por allá y viene poco…y bueno esto está un poco alborotado en el partido. A mí me toca cuidar el Palacio; pero esto es cada día más difícil. Todos los compañeros de la alta dirección se la pasan metidos aquí adentro, y no quieren salir. Disque están esperando órdenes del Jefe desde allá.

—Oye, mejor así. Tú sabes hay que estar cerca del que paga y lejos del que manda.

—No chamo, yo estoy asustado. Para mí que esta vaina está embrujada. Aquí todo el mundo está actuando extraño; como si se hubieran fumado una lumpia de esas. Además, trabajo el doble porque dejan todo regado y andan todo el día jurungando y abriendo cuanto closet y gaveta encuentran.

—Oñuoo caballero.  ¿Es que tú estás seguro de lo que estás hablando, Gonzalito?.

—Te lo juro pana, esto está pelúo. Fíjate que el otro día en la noche ¡cuál no sería mi sorpresa! Me asomo al Salón Ayacucho, y veo  al compañero de la Asamblea Nacional con una casaca azul con bordados dorados en el pecho, unos pantalones blancos apretaditos y unas botas negras altas. Yo me asusté: ¡perro…el propio Libertador! Pero no, el compañero era de carne y hueso y daba vueltas de un lado para otro hablando duro y ronco, diciendo y que:  “venezolanos, en esta hora difícil de la patria bajo de mi montura para reunirme con ustedes…”

—Oye Gonzalito. No comas mieda. ¡Seguro que el que se fumó la lumpia fuiste tú!

—Te lo juro, hermano, el hombre tenía los ojos como puyuos, y se sacudía; veía para todas partes y movía las manos como sacudiendo mosquitos. De repente se agarró la cabeza y empezó como a rezar en voz alta frente a un retrato grande que hay por allí de Bolívar: “Dime que soy yo Padre, dime que soy yo tu escogido; ÉL ya tuvo su oportunidad, ahora me toca a mi, tú sabes que me he sacrificado: he dejado mis riquezas, mis tierras, mis bancos, mis plumas Mont Blanc, todo por ti. ¡No me abandones Padre!” Ahí sí me asusté chamo. Yo iba a salir corriendo…

—Oye Gonzalito, ya tá bueno de jodienda, hasta a mi se me están parando los pelos de punta. Tú quieres decir que el espíritu de…

—¡No! No hables de espíritus y esas vainas; mira que aquí se empataron en esa: que si el espíritu del Libertador está con nosotros, que si vamos a desenterrarle los huesitos, que si las ánimas de la sabana. Lo que hicieron fue empavarnos  y que el Comandante me perdone.

—Oye, el Comandante de aquí no perdona a nadie. El que asoma la cabeza fuego con él.

—No pajúo, el Comandante de nosotros; bueno ese tampoco perdona. Pero déjame terminarte el cuento: resulta que el hombre empezó a oler el aire, así como el hombre lobo, y se pegó de espaldas a la pared y fue dando unos salticos hasta una ventana, abrió las cortinas y la sala se llenó como de unas luces azules y rojas que caminaban por los muros y se reflejaban en los espejos. Entonces, el camarada abrió las puertas de la ventana y gritó “vengan por mí traidores; gatos de pacotilla” y salió corriendo hacia el armario donde guardan las espadas del Libertador; agarró dos y empezó a dar  como tajos de Kung Fu en el aire…

—Oye Gonzalito, ¿y las espadas son como las que nos regalaron en el Congreso? Yo la mía la he tratado de vender aquí en el mercado negro
y ni cojones me dan.

—Pero bueno pana, eso qué importa… Lo cierto es que cuando me dí cuenta, ya el compañero de la Asamblea Nacional no estaba en la sala y se oían unas discusiones afuera; así que me asomé a la ventana con mucho guillo y vi que abajo había unas ambulancias y patrullas con las luces perseguidoras prendidas y unos señores alrededor vestidos con bata blanca…y te caes de nalgas si te digo a quienes se parecían.

—¿A… los cuatro Reyes Magos?

— Chamo, Robertíco, esos eran tres. Era de noche y el culillo no me dejaba ni ver, pero más culillo tengo ahora de decirte nombres… así que presta  atención.  Había uno que daba órdenes para aquí y para allá, estoy seguro que era el señor mayor  con cara de arrecho que fue Vice, el que se parece burda a José Gregorio Hernández. Pero luego empezó a llover, y se veía menos… y detrás, creo, estaba el otro compañero que es Vice ahora, el que siempre se está riendo cuando acompaña al Jefe, y un poquito a la izquierda, el hermano, tú sabes de quien… y como a la derecha, el compañero que se la pasa viajando y abrazando musiús.  Lo que pasa es que todos estaban de bata blanca con un gorrito blanco en la cabeza y era difícil distinguirlos.

— ¿Oye Gonzalíto, como en las películas de terror que pasan en la Yuma?

—Pero bueno que película ni que… no te estoy diciendo que es la mismísima verdad. ¡Escúchame, que esta llamada va a salir cara!  De repente, los otros tres sacaron arrastrado hasta el estacionamiento al compañero de la Asamblea Nacional. (Ese hombre pataleaba más que perro chiquito aprendiendo a nadar).  El ex-Vice, el señor mayor con cara de arrecho, movió los dedos de la mano como diciendo: tráiganlo para acá. Y los otros tres, que ya  más bien parecían enfermeros, se lo acercaron, y no sé de donde salió una camisa de fuerza y se la pusieron, a la fuerza, al compañero de la Asamblea Nacional que gritaba: “¡No, para la isla no, por Dios, para la isla no me lleven!

—Oye, tampoco me estés dando muela. Eso pasa aquí todos los días.

— Te lo juro. Lo montaron en una ambulancia y se lo llevaron. En el patio sólo quedó el señor mayor que daba órdenes para aquí y para allá. Hermano, yo me quedé pasmado viéndolo desde la ventana, y él me capturó, no sé cómo, la mirada y le soltó al teléfono celular que tenía frente a la boca: “Comandante, nada de que preocuparse, los cuatro gatos van en la misma unidad”.

Hasta allí lo que pude entender de la cinta de Romualdo. Lo demás son ruidos ininteligibles. Como de alguien corriendo por su paz ideológica.

@jeanmaninat

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