Nadar en el vacío intelectual y político. Carecer de la más elemental sindéresis. Usar el aparato fónico para escupir agravios. Cuando un jefe de estado se convierte en un tubo de escape roto, poco hay que esperar de él en términos de gobernabilidad, de liderazgo positivo, de conducción con sensatez. En presencia de un tubo de escape roto de un motor dañado, en esas estamos.
Pringado de un gorilismo que recuerda las dictaduras militares del sur, la plana mayor de las fuerzas armadas, con sus abultadas panzas enchufadas en uniformes de guerra, roncan. O pretender roncar. Se les salen los gallos y sus voces aflautadas resultan un chillido en el vacío. Impresionan poco o nada. Hacen que los ciudadanos de a pie cambien el canal y busquen cualquier otra cosa más interesante que ver, así sea una señora preparando «cupcakes».
Nadie sabe qué va a pasar. Nos devanamos los sesos intentando desenredar la madeja de los infinitos disparates. Tratando de entender qué sentido tiene echarle gasolina a la hoguera. Asunto de avezados psiquiatras. Que ya no parece rendir lo suficiente todo lo que aprendimos en aulas universitarias y en los muchos años de trabajo. ¿Triunfará la iniquidad y seremos finalmente pisoteados y confinados tras las rejas de una dictadura en manos de felones aventureros? ¿Se impondrá el sentido común, el verdadero gen republicano y Venezuela se recuperará de este triste estado de postración? ¿Vivirá Venezuela un escenario como el de la Argentina de los varios presidentes en cuestión de pocas semanas?
Nadie sabe. Porque los demonios y rebullones andan sueltos. Y acosan. Se agazapan en las esquinas. ¿De qué serán capaces?
Yo me persigno.
@solmorillob