Por: Jean Maninat
¿Quién ha dicho que ser un empresario exitoso es garantía de tener lo necesario para ser un gobernante exitoso? ¿Tiene el mismo valor una barajita de Yogi Berra sonriente con una gorra de los Yankees en la testa, que una instantánea de Jorge Luis Borges mirando la oscuridad apoyado en un bastón, a pesar de que ambos fueran geniales fabricantes de frases célebres por ingeniosas? ¡Son cosas diferentes!, se nos recriminará con justificada incomodidad. Es cierto, afortunadamente a Borges no le dio por ser catcher, ni a Berra reescribir El Aleph.
Alguien argumentaba, en un coloquio de politólogos de sobremesa, que el problema de eficacia y transparencia de las sociedades democráticas comenzaba cuando los empresarios querían ser políticos y los políticos empresarios. En ese maridaje de oficios y roles diferentes, dormirían en cultivo los huevos de la serpiente de la corrupción y la ineficacia, otrora rasgos distintivos -por excelencia- de las “sociedades subdesarrolladas del tercer mundo”. Pues bien, ya no es patrimonio exclusivo de repúblicas bananeras o petroleras, en la primera potencia económica y militar del planeta, EE.UU. otrora paradigma de la democracia, los hombres de negocio quieren hacer del Estado su negocio, y lo están logrando…
Las primeras instantáneas del inquilino reincidente de la Oficina Oval (Oval Office en inglés) lo mostraban sentado en su escritorio, sonriendo, y a su vera, una figura vestida de negro, con gorra negra, con aires entre guardia pretoriano y zopilote despistado, sin que se supiera que rol jugaba exactamente en los metros cuadrados más poderosos del mundo. A veces, la figura de negro aparecía acompañado de un niñito, de la mano o cargado a horcajadas sobre los hombros, caminando a la vera del presidente. (Se llegó a especular que se trataba del amigo invisible del mandatario, su compañero de infancia solitaria, cuyo espectro había sido develado por el Homeland Security gracias a una poderosa tecnología digital china, capaz de retratar los espectros más huidizos de la creación o detectar el sexo de los ángeles).
Pero no, el espectro era de carne y hueso, y responde al nombre de Elon Reeve Musk, migrante proveniente de Pretoria, Sudáfrica, genial y ahora multimillonario, con ínfulas de poner al hombre en Marte, y dueño de una fábrica global de carros eléctricos, que cada vez menos gente quiere adquirir. Con un patrimonio neto estimado en unos cuatrocientos mil millones de dólares americanos en 2024 (gracias a las movidas recientes, su cuenta ha rebajado en algo) fue nombrado jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE por sus siglas en inglés) con la tarea de podar la maquinaría estatal gringa, como su mascota argentina estaba haciendo motosierra en mano en el sur del continente. Llegó atropellando, despidiendo gente sin concierto, y con las mismas se fue, dejando un reguero tras de sí.
Estaba cantado, el idilio no duraría lo que un cohete de Space X en el espacio, y el multimillonario Musk ha regresado a lo suyo, vociferando en contra de su exjefe, (lo acusó de pertenecer a la red del pederasta Epstein, mientras el presidente amenaza con cortarle los subsidios gubernamentales a las empresas del propietario de X, demostrando que había conflicto de intereses al favorecer a su eXempleado económicamente). Todo promete que el show va a continuar, mientras las acciones de Tesla,Inc. se desploman, los funcionarios gubernamentales despedidos a la carrera no cobran sueldo, los Magazuelans no hallan cómo explicarles a sus familiares que no pasarán Thanksgiving juntos, y los depósitos de carros usados se llenan de avisos: Tesla for sale.