Es la segunda enfermedad más grave que puede sufrir un periodista. Se produce cuando el profesional no tiene los anticuerpos necesarios para defenderse de las bacterias que la ocasionan. Es decir, si el sistema inmunológico del periodista falla, esas bacterias penetran en su cerebro y hacen de las suyas. Es, por cierto, una enfermedad incurable. Una vez contraída, no hay cómo curarla y queda tatuada de por vida. Contamina todo. Me refiero al palangrismo, que no es otra cosa que construir noticias, investigaciones y notas para favorecer, estipendio mediante, a un poderoso. El palangrismo es al periodismo lo que la payola a la industria musical.
Un periodista debe seguir un estricto código de ética. Debe estar al tanto que su accionar puede generar mucho bien pero también mucho daño, ya sea por callar, esconder, directamente mentir, convertirse en propagador de infundios o hacer de un espacio en cualquier medio una zona de odio y promotor de los más bajos instintos. El periodismo de noticias tiene obligaciones. Nada debe ser revelado sin haber sido confirmado, de preferencia y si posible por tres fuentes. No se puede caer en la tentación del «tubazo». Pero hay algo todavía más importante. Hay que evitar a toda costa el amarillismo, ejercicio funesto que en Venezuela es práctica común en varios periódicos, en particular en ese que presume de ser el de mayor circulación nacional. Cada día ese periódico exhibe con desparpajo una primera plana que no sólo es escuela de amarillismo sino, también, del uso vulgar y malandro del lenguaje so excusa de «así habla el pueblo». El verdadero costumbrismo y el uso de coloquiales expresiones no es orillero ni se sumerge en las cloacas; es, antes bien, el descubrir el alma nacional a través de la comprensión de su habla cotidiana. En Venezuela hemos tenido extraordinarios escritores costumbristas; ninguno embarró sus textos con procacidades o tiñó de vulgaridades su prosa. Yo, como periodista de opinión y como escritora, incursiono frecuentemente en ese género pero me cuido mucho de no «empichacar» mis letras. Eso sería una burla a mis lectores y un insulto a la hermosa lengua que es patrimonio de todos.
Volviendo al tema fundamental, la manipulación de información; abisma ver cómo sin empacho alguno en los medios y redes, periodistas graduados y aquellos que ni un día de universidad tuvieron pero que ejercen como tales desmerecen el oficio. Confunden propaganda con periodismo. Y entonces hay que discutir sobre temas cruciales: la objetividad, la imparcialidad y la honestidad. Un periodista está en su perfecto derecho de tener preferencias políticas. Y no tiene por qué esconderlas. Tiene sí la obligación funcional, ética y moral de no convertir la información en pieza de propaganda política. De lo contrario, es mejor, más honesto y decente, no pretender disfrazar de periodísticos esos espacios que no son sino mera propaganda. Un buen ejemplo de periodismo respetuoso es RTVE; a pesar de ser medios estatales, en sus espacios informativos y de opinión el gobierno español es criticado sin ambages y si toca dar una mala noticia que pueda perjudicar al gobierno, se hace y ya. Todos los vericuetos de las investigaciones de corrupción del Partido Popular (partido de gobierno) no han sido «tapareadas» ni manipuladas por RTVE (radio, TV y redes). Y en RTVE hay espacio por igual para todas las tendencias políticas.
Cuando en Venezuela el régimen inventó la «hegemonía comunicacional», el daño al país fue inmenso. Y aún sigue afectando. Todos los programas de las muchísimas radios y televisoras estatales no informan, ni hacen periodismo de investigación honesto, ni análisis profesional, ni sus programas de opinión tienen altura. Venden un producto marca Socialismo del siglo XXI y sus muchos subproductos. Y por eso no fuera mal suficiente, esos medios, con premeditación y alevosía, excluyen a todos aquellos que disienten del régimen y desarrollan unas vergonzosas campañas de linchamiento, de destrucción moral del «enemigo». Y todo ello sufragado con recursos del estado, lo cual es a las claras malversación de fondos, amén de la comisión de varios otros delitos graves.
Pero así como siento peligroso y muy criticable que el estado haya impuesto una hegemonía comunicacional, siento también que los medios privados no pueden erigirse como veladas organizaciones políticas. Ello es una desvirtuación de su razón de ser, de su motivo de existir, de su misión. Que los medios invadan el espacio de los partidos políticos termina perjudicando severamente al sistema democrático y, también, abre la puerta a justificaciones para la creación de perversas hegemonías comunicacionales estatales. Se me dirá que ante la crisis de los partidos políticos en Venezuela (y porque en política no se existen vacíos) los medios llenaron ese espacio un poco forzados por las circunstancias. Ello, que ocurrió, impidió y obstaculizó la regeneración de organizaciones partidistas que se exigieran a sí mismas la formulación de visión, misión, metas y objetivos y el correspondiente armado de estructuras, cuadros y maquinarias. Si lo único que importaba era estar en los medios y si en los medios había concordancia con los mensajes que se estaban transmitiendo a la población. Ello estuvo mal y por fortuna es agua pasada. Hoy, con lo mucho que podamos criticar a los medios por quizás posiciones blandas frente a la situación del país y con el desastre que supone las censuras y maquinaciones del régimen que generan además no pocas auto censuras, los medios y los periodistas están haciendo mejor lo que es su obligación hacer: informar, investigar, analizar y opinar. ¿Pueden hacerlo mejor? Sin duda alguna. Deben profesionalizarse más, exigir más a sus periodistas y analistas, armarse de más coraje y no aceptar amenazas, doquiera que ellas vengan y como sea se articulen. Eso se dice fácil pero en la Venezuela de hoy es un asunto muy complejo. Pero yo insisto en que el músculo más importante de un medio no es el financiero, o el papel, o los micrófonos o las cámaras. Es el capital intelectual. De aquí a pocos años los medios serán físicamente distintos. La tecnología acabará con todo tradicionalismo. Todos los formatos cambiarán. Para bien. Pero lo que no debe cambiar es el principio más elemental: que para que una sociedad que funcione, cada cual tiene que hacer lo que le toca. Zapatero a su zapato.
@solmorillob