Karina Sainz Borgo: “No creo en las literaturas nacionales” - Rafael Osío Cabrices

Zapatero, el resucitador – Karina Sainz Borgo

Sepulta las democracias y comercia luego con sus restos

Publicado en: ABC

Por: Karina Sainz Borgo

Ocurrió en Edimburgo durante el siglo XIX. William Burke y William Hare crearon una próspera y funesta empresa. Entonces, las facultades de Medicina sólo po-
dían practicar disecciones a cadáveres de personas ejecutadas o cuerpos no reclamados. Con la revocación del Código Sangriento (1815), el número de ejecuciones disminuyó de forma notable, por lo que la Universidad de Edimburgo sólo disponía de dos o tres cuerpos al año para la enseñanza anatómica.

La compra o donación incentivada de cuerpos dio origen a un mercado negro. Los llamados ‘resurrectionists’ (resucitadores), o ladrones de tumbas, desenterraban personas recién inhumadas, antes de que comenzara el proceso de descomposición, para venderlos a los anatomistas. La manipulación de cuerpos a cambio de dinero se convirtió en una práctica habitual, así que Burke y Hare dieron un paso al frente. Decidieron asesinar personas para luego vender sus restos a las aulas de anatomía. Atrajeron a sus víctimas a una pensión en West Port y ahí les dieron muerte. En total, asesinaron a dieciséis.

Vagabundos, prostitutas, enfermos, huérfanos, personas sin conexiones familiares ni recursos. Tras emborracharlos y asfixiarlos -no debía quedar signo alguno de violencia-, los vendían. En toda esa cadena comercial intervenían sepultureros, ladronzuelos y médicos, quienes aceptaban los cuerpos haciendo la vista gorda. Tanto Arthur Conan Doyle como Louis Stevenson se valieron de la historia de Burke y Hare para crear ficciones que reflejaran el conflicto moral que aquella práctica suponía. «Yo lo vi, y lo dejé pasar. Yo estaba allí, y lo aprobé. Yo ayudé, y me he callado desde entonces. Esto me devora el alma, noche tras noche», dice Fettes, el narador del cuento ‘El ladrón de cadáveres’, de Stevenson, un estudiante de Medicina de la Universidad de Edimburgo, a quien, ya viejo, lo consume el remordimiento por haber permanecido en silencio, a pesar de conocer el turbio origen de los cadáveres que recibió en la cátedra de Anatomía.

Más de doscientos años después, el negocio del despojo no prescribe. Al contrario, está al alza. Hace una semana, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero fue reconocido públicamente por el régimen de Nicolás Maduro como mediador en un «his-tórico intercambio» de presos entre Venezuela y Estados Unidos. Es decir: Venezuela liberó a unos diez ciudadanos estadounidenses detenidos y a cambio se devolvieron a Venezuela a 252 venezolanos encarcelados en El Salvador, acusados de pertenecer al grupo criminal Tren de Aragua. Maduro también liberó algunos políticos en el contexto del acuerdo. Resulta especialmente curioso que el sepulturero de la paz ajena que ha sido José Luis Rodríguez Zapatero en Venezuela libere presos políticos de un régimen que él mismo ha blanqueado y fortalecido y entre los que se coló un triple asesino fugado a Venezuela, cuya extradición a España fue negada en 2016. Algo siniestro hay en Burke y Hare, como lo hay en José Luis Rodríguez Zapatero, ese sujeto de asombrosa indigencia moral que va a los cementerios democráticos a buscar huesos con los cuales comerciar. Lo peor es que todavía existen quienes se los compran.

 

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