¿Auto quéeeeee…?

Por: Carlos Raúl Hernpandez

Golpe militar y golpe de Estado no son exactamente lo mismo aunque ambos concretan violaciones abiertas de la Constitución para romper el equilibrio y someter los demás poderes. El primero es la insubordinación contra el poder civil, con los elementos cinematográficos de la triste historia latinoamericana: uniformes, tanques, aviones, muertes, como el 4 de febrero de 1992. La otra versión, el golpe de Estado puede ser frío, realizarse sin movilizar tropas, cuando quien lo da, generalmente el Poder Ejecutivo (autogolpe) tiene control institucional como para no requerirlo. Es una fractura del poder civil. La Corte Suprema de Justicia en 1999, actuando como brazo del Gobierno, argumentó que la mayoría estaba por encima de la Constitución, y al aprobar una figura extraña a la legislación, la «constituyente», dio un golpe de Estado incruento. Una de las decisiones políticas más vergonzosas de las que haya memoria que clausuró el Estado de Derecho.

La constitución democrática nace precisamente para limitar el poder y las mayorías. La misma depravación constitucional fue certificar un sistema electoral ad hoc que violaba el principio representativo, espíritu y letra de la Carta Magna de 1961, con el fin de establecer la irrepresentación, burlar la voluntad de los electores y crear una mayoría abusiva. Según los grandes -y pequeños- tratadistas, cualquiera método electoral legítimo se rige por dos principios: monotonía y no perversidad. El primero es que un escaño debe valer lo mismo en votos para todos los competidores. Uno avanzado y moderno, como el que tuvo Venezuela en la etapa democrática, creó la figura de parlamentarios adicionales por cociente nacional, para cumplir este principio y que el electorado minoritario estuviera representado.

El esperpento

Y no perversidad consiste en que nunca el método puede hacer ganar a los que perdieron ni sobrerrepresentar las mayorías. Los mencionados fueron dos arrebatones que dieron la Corte y el Presidente, inicio de la larga cadena autoritaria posterior. En general las situaciones de facto ocurren en el contexto de una refriega de poderes. En Venezuela (1999) había obstáculos a la hegemonía que avanzaba, igual que en Chile a la caída de Allende (1973) Fujimori anula el Congreso peruano con los tanques en 1992. Como todos los autócratas, el objetivo declarado era «limpiar» el sistema político, «refundar la república», profilaxis, persecución a los corruptos y demás faramallas repetidas por demócratas de urna blanca, apasionados con la «constituyente. El forcejeo entre factores, la corrupción, la pugna de poder, las «resistencias al cambio» son los fangos argumentales en los que el maquiavelismo suele reptar para justificar sus acciones de fuerza.

Lo que luce desmelenado, bruto, esperpento, extravagante es que un régimen que acumula la mayor cantidad de poderes político y económico en la historia latinoamericana, apele constantemente al estupro ante su incapacidad para gobernar y pueda pensar en un autogol. Por cada centímetro de poder que concentra, la realidad se le deshace mil metros en las manos y como gallinetas escondidas entre los pantalones de los militares, amenazan, injurian, cacarean a la oposición civil, para encubrir su inverecundia. ¿Qué le impide al Gobierno hacer una política económica decente, mejorar las cárceles, el sistema eléctrico o mantener Pdvsa con todo los recursos en las manos? El país se les disuelve y no son capaces ni de conectar dos cables.

Midas fue un cretino

Venezuela tenía en los 90 los mejores sistemas eléctrico, acueductos y cloacas de Latinoamérica y una de las empresas petroleras más eficientes del mundo, el Galáctico se las ingenio para hacerlos ceniza, y dejó la herencia a un jugador clase «A». No basta tener las gobernaciones, la Asamblea, la Fiscalía, la mayoría de los municipios, el presupuesto, las reservas internacionales, los medios de comunicación, la maquinaria del Estado, las FF.AA. La ineptitud los lleva a exterminar lo poco que no controlan y un grupo habla de autogolpe. Midas es uno de los más grandes estúpidos de la mitología, que pidió a los dioses la gracia de convertir en oro (o poder) todo lo que tocara y murió de inanición entre enormes tesoros. El de aquí dejó al heredero una de las creaciones icónicas de la incompetencia humana: una autocracia petrolera arruinada por la demencia, el poder y el rencor.

¿Autogolpe para profundizar las elucubraciones banales, la quiebra de empresas, la destrucción del empleo, de la producción, y convertir a Venezuela en el nuevo Haití? ¿Para que, como en Cuba, la abuela espere todavía la vivienda que le ofreció la revolución en 1959 cuando se casó, y que hoy sigue reclamando para dársela a su nieta que se va a casar? Un autogolpe podría ser el último capítulo de este lodazal, consagraría al Estado delincuente, como lo llaman Tablante y Tarre en su reciente libro, y este proyecto mediocre, infeliz, pringoso, quedaría convincentemente anulado para sanidad de Venezuela y Latinoamérica ¿Sería un golpe frío o un cuartelazo? ¿Las demás fracciones revolucionarias cederían gustosas el botín a una de ellas, o se resistirían? (a Bordaberry en Uruguay lo obligaron a darlo. Era un rehén de los militares) ¿Originaría una secuencia de inestabilidad, como en Argentina, conflictos brutales entre hombres armados? ¿Se apoderarían China, Rusia, Irán, de Venezuela para sostener una estructura cariada, carcomida, que tarde o temprano se desplome? ¿Qué harían EEUU, Europa, Brasil?

@carlosraulher

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2 respuestas

  1. Si eso ocurriese solo los venezolanos,que no estamos dispuestos a entregar el país a chulos mercenarios,resistiriamos y seria una lucha cruenta y larga.No podemos contar con reacciones a nivel internacional q no sean solo para tomar el turno de chulearnos

  2. Excelente exploración en esta faceta de nuestra realidad pocas veces tocada en otros muchos artículos y por muchos otros críticos, y que muchos otros -lectores-, por quizá miedo o comodidad prefieren no ver de frente. Ojalá ninguna otras potencias extranjeras quieran ponernos las manos encima por poseer las pocas y ya menguadas riquezas que aún tenemos:
    petróleo, minería y agua.

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