Por: Carlos Raúl Hernández
Otra mitomanía es contra el voto automatizado, como si el fraude no existía antes que él llegara
Hay que celebrar que comienza la precampaña electoral parlamentaria y terminan embrollos y confusiones, aunque esto no se refiere al gobierno, que está en campaña todos los días del año. Con Citgo tendrán 12.000 millones de dólares para derrochar hasta las elecciones,-¿se les ocurrirá suspenderlas?- y el gasto público es como la heroína: entretiene en el momento aunque mata a largo plazo. Pero hay un conjunto de enredijos que sabiamente la inteligencia cubana circula para entorpecer las fuerzas opositoras, y que se potencian por errores de éstas. Denunciar fraude en una democracia apela a la transparencia de las instituciones, y las injusticias o trampas suelen enmendarse. Hacerlo en una autocracia, es un choque de trenes y se debe tener un dispositivo completo o plan B para hacer buena tan dramática declaración. Si no, el resultado será que la impotencia se haga mito.
En EEUU la Corte de Justicia declaró ganador a Al Gore y fue él quien no quiso valer su derecho para evitar males al país. Los mitos son poderosos y complicados fenómenos que movilizan emociones y que cuando se extienden sustituyen el saber racional y en la política moderna pueden ser fundamentales para la acción. Alrededor del Che Guevara se creó el del «guerrillero heroico» en brumas de romanticismo que encubren la crueldad de un asesino espeluznante. El poder del mito es que no es ni verdadero ni falso sino una maraña de hechos y distorsiones. Las fuerzas del cambio deben enfrentar varios sobre el tema electoral, para superar el neo-abstencionismo que amenaza la creación de una nueva mayoría. A diferencia de la metafísica, las mayorías electorales no son entes inmodificables, que yacen como un yacimiento.
Mitos uno y dos
Las mayorías electorales son resultados aleatorios de un laborioso proceso de construcción, y que varían repentinamente como demuestra el llamado efecto Daka. Un mito es que el CNE es la guillotina electrónica. Como cualquier otro se soporta en elementos reales, pero oculta parte de la realidad: que la candidatura disidente sobrepasó 49% de los electores. De ser un resultado prepago, cómodo habría sido ponerle 35 o 40% para evitar el escándalo, los efectos desestabilizadores y el debilitamiento del triunfo y la imagen. Gracias a la cadena de disturbios de este año, Maduro superó el fantasma de la precariedad y las ironías sobre su origen electoral, y ante los suyos comenzó a verse como el duro que aplastó un levantamiento (irreal), un Chávez el 13 de abril. Fue un mega pote de humo que administró brillantemente. Con ese CNE y pese a él se ganaron las parlamentarias de 2010 y se obtuvieron 8 gobernaciones y la Alcaldía Metropolitana, que muchas se perdieron cuando las clases medias volvieron a abstenerse. Se triunfó nada menos que en Miranda y Barinas-capital.
El factor decisivo para garantizar los votos es una maquinaria eficiente de testigos de mesa, transporte, logística y respaldo, y hasta hoy esa ha sido una gran falla opositora. Equivocado fue concentrar la campaña en un conjunto de municipios urbanos donde era muy posible ganar como ocurrió, para perder la elección por efecto de los pequeños. Otra manía mito o mitomanía es contra el voto automatizado, como si el fraude no existía antes que él llegara. Un «experto» afirma rotundamente y con plena irresponsabilidad que «en ningún país democrático hay voto electrónico», aunque existe en EEUU, la India, Brasil, Filipinas, Bélgica, entre las democracias más grandes, y avanza en Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá y muchos otros. Casi 30% de los electores del planeta votan con máquinas. La gran historia del fraude se escribió con sistemas manuales.
Mito tres
México, «la dictadura más perfecta», fue por 70 años el arquetipo, sin máquinas de votación. La mencionada trapisonda en Florida contra Gore en 2000, fue en conteo manual. La automatización electoral en Venezuela es la mejor noticia para quienes enfrentan a los que pueden usar la administración pública como aparato electoral. Otro mito es que dictaduras no salen con votos, cuando el dramático rescate de las democracias latinoamericanas durante los 80s y 90s, y en las pétreas dictaduras comunistas, fue gracias a procesos electorales controlados por las autocracias. En Bolivia después de casi 20 años de dictaduras, Siles Zuazo gana las elecciones de 1980. En 1981 en Ecuador triunfó el líder democrático Jaime Roldós. En Argentina se agrieta la hegemonía militar y en 1983 Raúl Alfonsín triunfa electoralmente. En 1984 el jefe opositor brasilero Tancredo Neves ganó consulta de segundo grado en el Congreso.
En Polonia Solidaridad aplasta en 1988 al general Jaruzelski, y la oposición obtiene 100 de los 100 escaños del Senado y 160 de los 161 diputados ¿El despotismo chileno se derruye con el triunfo del NO en el plebiscito de 1989 o es una fantasía electorera? En 1990 Rusia elige a Boris Yeltsin y un año después él disuelve la Unión Soviética. Ese año en Nicaragua Violeta Chamorro, con el apoyo de Carlos Andrés Pérez paseó a Daniel Ortega, y en Hungría en los comicios barren las fuerzas renovadoras. En 2000 finaliza la «dictadura perfecta» de México setenta años cuando el PAN le da el varapalo con Fox; y en Perú el Congreso destituye a Fujimori colapsado por el fraude que pretende hacerle a Toledo.
@carlosraulher