Pensando en el premio Rómulo Gallegos – Gustavo Valle

Artículo publicado en Contrapunto.com

Por: Gustavo Valle

Después de consultar con algunos de los más importantes librerosGustavo Valle de Caracas confirmé mis sospechas: de las 162 novelas concursantes en la última edición del premio Rómulo Gallegos, si excluimos la participación nacional, solo dos, máximo tres tuvieron circulación en el país, contando Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnet, quien llevó personalmente ejemplares en su último viaje a Caracas para dejarlos en algunas librerías. Estamos hablando de un premio de novela internacional en el que la inmensa mayoría de los libros que concursan, probablemente cerca del 90 por cierto, no se difunden en las librerías del país, no integran ninguna red de distribución local, y por lo tanto nadie o casi nadie puede leerlos.

No hay que ser muy adelantado para observar en esto una situación distorsionada o cuando menos extraña para la que encuentro un sencillo paralelismo: es como si celebráramos los juegos olímpicos en Caracas pero a puertas cerradas, sin posibilidad de que la gente pueda asistir al estadio ni ver a los atletas en competencia.

Esto obedece a varias causas. Una de ellas tiene que ver con las dificultades propias de los llamados premios internacionales en los que se convocan obras publicadas. Estos premios reciben libros de diversos países de parte de editoriales grandes, medianas o chicas, pero se trata de libros que no están (y con frecuencia no estarán nunca) en las librerías del país que los recibe, mucho menos los editados por sellos independientes o autogestionados. Todos sabemos que la distribución del libro hispanoamericano es deplorable, pero también pienso que estos premios promovidos por los Estados Nacionales pueden ser perfectamente aprovechados para estimular redes de distribución y difusión donde no las hay. Así, un premio de la estatura del Rómulo Gallegos podría servir como herramienta de divulgación o expansión de nuestras literaturas, y no solo como una competencia. Un instrumento de integración que supere la palabrería y las estériles firmas de convenios que suelen saltar de cumbre en cumbre sin llegar a ninguna parte.

Por supuesto nada de esto es nuevo ni puede atribuírsele exclusivamente a las últimas ediciones del premio, pues los problemas de distribución comienzan a generarse con la irrupción de los grandes sellos editoriales en los años 90 y la debacle de muchas editoriales privadas y públicas. Como sabemos era muy distinto el panorama cuando se otorgó por primera vez el Rómulo Gallegos en 1967, una época en que los libros de editoriales de México, Colombia, Argentina, Uruguay o Venezuela transitaban sin mayores dificultades de una punta a otra del continente. Pero las cosas han cambiado.

Es imposible ignorar el desastroso impacto de las políticas económicas que impiden o desestimulan la circulación del libro extranjero en Venezuela (así como la difusión del libro venezolano fuera del país, pero esa es otra historia) Insisto, la nada fácil distribución de los libros no es una novedad, pero el siniestro control cambiario impuesto desde hace 12 años en Venezuela ha empeorado aún más la situación y contribuido a aislar al país desde el punto de vista cultural y del acceso a los libros. Para nadie es un secreto que hoy las librerías venezolanas son un desierto de novedades que no alcanza a nutrirse con las iniciativas del Ministerio de la Cultura que publica (o publicaba) libros a muy bajo precio.

Es cierto que el Rómulo Gallegos edita la novela ganadora en la editorial Monte Ávila (este año el colombiano Pablo Montoya ganó con Tríptico de la infamia y muchos estamos deseosos de leerla), pero desde el punto de vista de la política cultural pública, ¿no sería más provechoso, en beneficio de la comunidad lectora, publicar también al resto de los finalistas, como se hace en muchos otros concursos? O si eso sale muy caro (porque siempre hay otras prioridades antes que los libros), ¿será tan difícil —como sugería al inicio– crear un convenio en el que los libros participantes, al menos el grupo de novelas finalistas, obtengan algún tipo de facilidad aduanera para integrar los canales de distribución local? Y también me pregunto ¿qué queda para el país cada vez que se falla el Rómulo Gallegos además de un supuesto aire de prestigio internacional? ¿Acaso se convoca al autor o a los finalistas a dictar talleres, charlas, seminarios o clases? ¿Se los hace circular por las escuelas o universidades en procura de encuentros con los más jóvenes como se suele hacer en México con los invitados a la Feria del Libro de Guadalajara? Incluso, ¿no se podría pensar en un sencillo programa de intercambio de escritores nacionales e internacionales, o en residencias recíprocas de creadores? El nombre ya establecido de un premio como este permite pensar y hacer muchas cosas, es solo cuestión de sacudir el polvo de las neuronas y ponerlas a funcionar en beneficio de todos.

Pienso que un certamen literario promovido por un Estado debería, cómo no, premiar a la mejor obra según el criterio del jurado, celebrarla, publicarla y difundirla, pero quizás más importante que eso es pensar de qué manera el premio puede convertirse en un espacio para la correcta circulación de los libros, para la promoción de la lectura, para el estímulo de las vocaciones literarias locales o para la educación de nuestra imaginación, sobre todo en un país con tanto desabastecimiento cultural y con tanta gente sedienta de ofertas literarias y creativas. Creo que sin eso, el Rómulo Gallegos seguirá siendo un premio demasiado parecido a los convocados por los grandes grupos editoriales, cuando se trata de un certamen hecho con el dinero de todos los venezolanos.

@vallegusta

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