El gran relato de Trump. ¿Cuál es el nuestro? – Laurence Debray

Publicado en: The Objective

Por: Laurence Debray

Todos necesitamos una narrativa. Las familias tienen la suya. Los países también. Las grandes causas, las ideologías, las religiones necesitan construir una historia, unos dogmas, unos valores que permitan la adhesión de la gente. Sin storytelling, no hay afiliación. Nos inscribimos en una historia familiar y nacional. Cuando la rechazamos, nos marginamos. Es la base del ser humano establecido en sociedad. Desde tiempos inmemoriales, nos hemos contado historias al calor del fuego en una cueva, hemos dibujado en las paredes y establecido rituales para construir civilización.

Hollywood entendió esto a la perfección: al hacernos soñar y llorar en la gran pantalla, a través de superproducciones y estrellas de cine, fue difícil no sucumbir al sueño americano. Su soft power ha sido tan poderoso como la gran política, si no más. Un concierto de los Rolling Stones valía más que los discursos más elaborados. El bloque comunista también tenía sus músicos, sus bailarines, sus intelectuales para proyectar una imagen de excelencia, tan importante como su planificación económica y militar. En el fondo, todo se basa en un star system, una propaganda, desde la prehistoria hasta hoy.

En los últimos años, hemos vivido la irrupción del wokismo, que ha transformado la visión del mundo y su enseñanza en las universidades. Ha proporcionado una base ideológica a una nueva generación que había abandonado las iglesias y los partidos políticos. Como en cualquier movimiento, ha habido excesos y contradicciones –el fervor de los conversos es bien conocido–, pero ha cambiado profundamente la relación entre hombres y mujeres, ha cuestionado la binaridad de la sociedad y las antiguas jerarquías. Los herederos de Mayo del 68 se han visto superados por sus nietos, de manera rápida y brutal, gracias a la fuerza de las redes sociales y la revolución tecnológica. Antes había que leer un libro; hoy basta con dar like a un tuit o ver un video de pocos segundos. «¿Ok boomer?» Pasará a la historia. La generación de los boomers ha tenido que aceptar la diversidad de géneros, la victimización generalizada y la ecología como nuevo prisma para entender el mundo. Sin matices, sin concesiones, sin posibilidad de debate. ¿Acaso la radicalidad no es una característica de las ideologías jóvenes? El comunismo tampoco era particularmente dialogante y prefería la guerra, la guerrilla y los grandes juicios políticos.

Con el regreso de Trump, que frenó en seco la ola woke anterior, estamos ante un espectáculo hollywoodiense diario, incluso varias veces al día. Es como si un showrunner de telenovelas estuviera al mando. No hay respiro: un día, los aranceles con Canadá, México y China; al siguiente, la Costa Azul en Gaza. Un flujo constante de giros argumentales y creatividad sin límites. Nadie puede anticipar lo que nos deparara al día siguiente. Su discurso, simple pero poderoso, encaja en una epopeya digna de un wéstern: Make America Great Again. Sin importar que exaspere a sus adversarios, desconcierte a los más racionales o desestabilice las relaciones de poder y las instituciones heredadas de la Segunda Guerra Mundial.

En 1962, Kennedy ofreció a su país un proyecto nacional que inspiró sueños: «Elegimos ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino precisamente porque son difíciles». Era el guion perfecto de una película conmovedora basada en el trabajo, la perseverancia y la excelencia, con la promesa de conquistar territorios desconocidos: el espacio. A pesar de que su mandato estuvo marcado por crisis y fracasos, Kennedy dejó la imagen de un líder con una gran visión para su país.

En Francia, De Gaulle encarnó la reconstrucción económica sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial y nos aseguró un lugar en el escenario internacional. Incluso sus más acérrimos detractores reconocen que representaba un proyecto y una historia para el país. España, tras la muerte de Franco, tuvo un rey y líderes políticos –de derecha y de izquierda– que forjaron una «nueva España» democrática, dinámica y ambiciosa. Alemania resurgió de sus cenizas tras la guerra hasta lograr con éxito su reunificación. La construcción de Europa ocupó el imaginario político durante décadas, con la adopción del euro como clímax.

Una economía unificada fue nuestra estimulante ambición. Pero desde el año 2000, al menos en Francia, busco una gran visión política, un proyecto que inspire y una ambición que una. Y no la encuentro. Los políticos se han sucedido con ambiciones personales más brillantes que sus proyectos nacionales. Los partidos tradicionales han colapsado en favor de «movimientos». Macron creó una ilusión y terminó sumido en un caos político digno de la Cuarta República. Su historia es la de un naufragio. La inteligencia y la erudición no son sinónimos de saber hacer político.

Alemania espera sus elecciones en un contexto económico tambaleante y con la extrema derecha en ascenso. El eje franco-alemán ya no puede liderar una Europa fragmentada. Nos enfrentamos a una guerra en nuestras fronteras, a una economía estancada y al auge del populismo, que erosiona los principios democráticos que creíamos asegurados. Kissinger decía: «Europa, ¿cuál es su número de teléfono?» Incluso si existiera un número, ¿quién respondería?

¿Tiene Europa una narrativa épica capaz de hacer frente a la de Trump? Solo muestra sus miedos, sus divisiones internas y sus debilidades. Nada que inspire, nada que haga soñar. Ese es nuestro fracaso. No tenemos palabras, ni proyecto, ni visión para el siglo XXI. En plena era de la inteligencia artificial y de la redefinición de las relaciones de poder globales, ningún líder europeo ha articulado un discurso progresista y constructivo, democrático y liberal, que genere adhesión, esperanza y ambición. Trump lidera un imaginario en movimiento. Cometerá errores, algunos graves, cuyos efectos pagaremos caro. Pero no se le puede negar que porta un relato, poderoso, ambicioso y decidido.

Frente a él, Europa solo emite un discurso defensivo, revelando su desconcierto ante la inmigración descontrolada, la deuda desbordada y unas ideas ancladas en el pasado. ¿Y si el huracán Trump fuera la wake up call que Europa necesita? ¿De dónde surgirá el outsider europeo que nos proponga un proyecto ambicioso para este siglo? Solo espero que no provenga de la extrema derecha. Estados Unidos ha encontrado un dúo improbable: un magnate impredecible, secundado por un genio de la tecnología. En Europa seguimos esperando un dream team capaz de hacer historia. Si no lo encontramos pronto, corremos el riesgo de volvernos insignificantes.

 

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