La mañana del viernes 12 de mayo la ciudad de Caracas amaneció bloqueada. Unos inmensos contenedores aparecieron, como si hubiesen caído del cielo, tapando algunos de los accesos de la autopista Francisco Fajardo, principal arteria vial de la capital. Y, por si fuera poco, el gobierno volvió a cerrar las estaciones del Metro. Los caraqueños, así, salieron a las calles y se descubrieron bloqueados, sin metro y con escasas alternativas para moverse por la ciudad. En la práctica, la ciudad amaneció trancada por una guarimba. Una guarimba gubernamental. Y todo porque está anunciada otra manifestación de protesta –esta vez bautizada de “Los abuelos”, porque la convocan fundamentalmente pensionados y jubilados- y, de nuevo, la meta es llegar hasta la Defensoría del Pueblo, en el centro de la ciudad. Se repite, pues, la dinámica que ha caracterizado a estas turbulentas y violentas semanas: los ciudadanos convocan a marchas y el gobierno reacciona trancando la ciudad.
Me viene la imagen de una batalla medieval. Una ciudad, un castillo, bajo asedio. Los moradores se preparan para la resistencia. Hierven aceite y afilan sus flechas. Pero todo asediado sabe que está en desventaja frente al que asedia. Este tiene a su alrededor un inmenso campo para aprovisionarse y alimentarse, la libertad de moverse a sus anchas. El asediado, por el conrtrario, está encerrado, sin salida al exterior y limitado de bienes, municiones y alimentos. El tiempo juega a favor del primero. Al segundo solo le queda resistir.
Y ese, precisamente, es el drama del régimen de Maduro: está acorralado, bajo asedio del país todo –y de la comunidad internacional- y solo le queda resistir.
El estudiante Daniel Ascanio, Presidente de la FCU-USB, graficó la situación política con una sentencia: “Al gobierno solo le quedan 10 cuadras del centro de Caracas”. Hablamos, pues, de una fuerza que va retrocediendo, que se va reduciendo. Y son esas escasas cuadras, sin duda, las que el régimen defiende, ya no con un cuchillo entre los dientes porque no son tiempos medievales, sino con muchas balas, modernas tanquetas, inagotables perdigones, metras, y lacrimógenas sin fin. Pero, sobre todo, con una falta absoluta de escrúpulos, de límites éticos y morales, y un irrespeto total y criminal por la Constitución y los más elementales derechos humanos.
Fermín Mármol García nos declaró en el programa de radio que cuando una tanqueta acelera y se le va encima a un manifestante es porque quiere atropellarlo, arrollarlo. Matarlo. Y precisó: «Eso no es voluntad de quien conduce la tanqueta. Ese funcionario obedece órdenes superiores.” Ligia Bolívar, Directora del Centro de Derechos Humanos de la UCAB, afirma que “El regimen está procediendo con saña.” Saña para matar. Y nos están matando.
Pero toda resistencia tiene su límite. Todo asedio tiene su culminación. En las viejas películas, la ley, representada por el policía, le gritaba al delincuente: “¡ríndete, que estás rodeado!” Y éste, luego de agotar sus municiones y de sacrificar inútilmente a compañeros y enemigos, terminaba saliendo cabizbajo y con las manos en alto.
Señores del regimen, qué tal si le evitan a los venezolanos más muertes, tragedias y sufrimientos. El tiempo les va en contra. Ni dentro de nuestras fronteras ni fuera de ellas se les ve con simpatía. Todo lo contrario: solo se oyen voces de condena. Son un gobierno ilegitimado en su ejercicio democrático. Se han convertido en un problema internacional. En un peligro, un estorbo; en un fastidio. Sean sensatos y miren a su alrededor: en efecto, están rodeados.