Clarito como el agua – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Cuando apenas 27.2% de los encuestados de Pronóstico reporta comer 3 veces al día, 65.2% solo come 2 veces diarias y 6 1% solo se alimenta 1 vez diaria, cualquier analista, por muy frío y distante que sea, tiene que entender el porqué el país tiene que sentir que el corto plazo es asunto de días, el mediano semanas y el largo no pasa de pocos meses. La prisa protagoniza la escena de esta obra titulada «Catástrofe». La paciencia sale por las puertas del teatro. En la sala quedan unos cuantos, los desalmados incapaces de la mínima empatía, los ignaros que descuellan por su militante torpeza, los idiotas que viven en su tierra del verde jengibre.

En contraposición a ellos, gente extremadamente capaz que entiende y atiende. Que se preocupa y se ocupa. Involucrada y comprometida. Para ellos la situación no es asunto de esa palabrería vana con la que se repleta la narrativa y la discursiva. No es de güisquicitos campaneados en un restaurante caraqueño bajo la frívola excusa de festejar el día del periodista (como si los periodistas tuviésemos algo que celebrar en medio de este desastre).  No es cuestión de un paquetazo de propuestas chucutas con pestilencia a oportunismo que solo busca la creación de un espacio almohadado, de comodidades y prebendas, de ejercer como minoría el delincuencial chantaje a las mayorías.  

Frente a éstos, hay (por fortuna) venezolanos de bien, inteligentes, capaces y capacitados, decentes, corajudos. Gente que hace, que construye, que se mueve, que escribe y propone, que no se rinde. Y que recuerda los versos de Alejandro Sanz, «léeme los labios, yo no estoy venta».

Para ellos las palabras claves entonces para el diseño de estrategias y tácticas son comprensión y empatía. No llenan de hueca palabrería la narrativa y el discurso. Saben comunicar, evitando el ejercicio del uso del lenguaje inalcanzable. Consiguen que la gente del común los entienda. Porque comprenden que no es cuestión de hablar o escribir para ese selecto grupo de doctos. José María De Viana explica con palabras llanas la catástrofe de los servicios públicos. No hay que tener un postdoctorado en ingeniería para entenderlo. Susana Rafalli pone sobre la mesa con cariñosa crudeza la gravísima situación de la hambruna que sufren millones y las consecuencias de ella sobre el hoy y el mañana. Julio Castro narra lo que pasa en el sistema de salud de una manera que los ignorantes en la materia podemos entender. Luisa Pernalete describe con maestría comunicacional la crisis de la educación. Rafael Arráiz Lucca nos explica nuestra historia de una forma tan interesante que hace que dejemos de ver nuestra propia historia como un asunto ajeno. Luis Pedro España hace realidad la máxima que debemos tener tatuada, «explícame para que te entienda». Todos se alejan de las alturas, todos bajan a tierra. Porque es allí donde están las audiencias necesitadas de explicaciones. 

En el desmadre en el que estamos, la comunicación es una pieza fundamental. Es una de las llaves para la construcción de soluciones. Por cierto, varios de nuestros grandes escritores – Gallegos, Pocaterra, Cabrujas, por solo nombrar tres – lo tuvieron clarito como el agua.

Lea también: «Intentemos explicar«, de Soledad Morillo Belloso

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