Jean Maninat

Corbatas – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Es gracioso, pero cierto, sobre todo en la nueva, nueva izquierda latinoamericana, no portar corbata es un símbolo hippy-tardío de desacato, una muestra de radical-chic, de ruptura con las imposiciones del sistema y sus tentáculos que copan cada rincón de la existencia, incluso en el vestir, cuando se enfrentan al espejo cotidiano de sus remilgos narcisistas: ¿Amor, luciré lo suficientemente rupturista?

¿Corbata? ¡Sobre mi garganta! Los políticos progres latinoamericanos, de nuevo cuño, cuando llegan a presidentes, el primer acto de Gobierno que realizan es relegar la corbata, colgarla al lado del escapulario que les dejó la abuela, desafiantes, con el pescuezo liberado del cilicio de seda o poliéster que les quieren imponer, a ellos, que desde que andaban en pañales todo lo querían desmontar.

Por alguna razón que ni antropólogos, ni sociólogos, ni psicólogos sociales de las manías humanas han logrado explicar -todavía- desechan las corbatas, pero no se atreven a desembarazarse del traje de dos piezas (eso que en la pequeña Venecia llaman flux), de preferencia color gris ratón o azul marino deslavado, con la pátina brillante que deja la plancha ardiente casera o el vapor de tintorería en telas nobles o plebeyas, fatigadas de tanto usarlas en vano. El traje republicano de funcionario correcto, pero descorbatado, es la armadura de combate de rigor en nuestros tiempos.

(Tienen razón en lo que están pensando: don José “Pepe” Mujica es un grande… corbata aparte).

Más fácil la han tenido sus pares progres españoles, uniformados con sus blueyines, sus camisas remangadas y sin planchar, y sus zapatos toscos, todo un statement de no pertenencia a la casta, prueba de un desdén higiénico meticulosamente cuidado que grita al mundo: ¡Me visto como un mendigo (a pesar del sueldo de diputado), porque soy rebelde! El modelo platónico, allá en el topus uranus de la moda pobretona, es el inefable Pablo Iglesias, quien ya de vicepresidente de Gobierno portaba a modo de corbata una especie de lombriz de tela al cuello, que a los sudacas no deja de recordarnos a los Menudo alentando a nuestras hermanas y novias  a subirse a su moto.

La apuesta más reciente por la garganta liberada la ganaron el hoy señor presidente Petro y un candidato presidencial de la gloriosa tercera edad cuando, en Colombia, desterraron al andén de la política a              unos políticos tradicionales sin más mensaje alternativo que portar unos pantalones tubitos, unas pulseras en las muñecas y un aire de desmelenados zombies adolescentes. ¡Vota por mí, mira qué cool soy!

(Habrá que ser justos, todos pasamos las de Caín ajustándonos los pantalones tubitos, calzando zapatillas deportivas de marca, y los automercados semejan un festival de señores, ya mayorcitos, disfrazados de desenfadados jóvenes cosmopolitas).

Hay pocas fotos de Lenin sin corbata, incluso arengando a las masas, o de Trotsky criando conejos en lo que sería su tumba en Coyoacán, CDMX, y hasta el mismísimo Fidel Castro, al final de su eternidad, vestiría trajes cruzados, engalanados con sobrias corbatas de seda, como un miembro más de la realeza europea. En esta columna jurásica nos quedamos con Felipe González, quien cambió su ajetreada chaqueta de corduroy por el traje democrático -corbata incluida- que incorporó España a la modernidad, o las austeras  tenidas de quienes armaron la Concertación y situaron a Chile en el camino de la democracia y la prosperidad, o más lejos en el tiempo, a los trajeados y encorbatados firmantes del Pacto de Punto Fijo que le otorgó a Venezuela sus mejores años republicanos.

La marea rosa gobernará sin corbata, con trajes que parecen sustraídos de su primera comunión, pero tendrán que ofrecer algo más que una garganta libre al viento para repetir consignas y promesas que pueden generar ilusión y entusiasmo, ganar elecciones, pero luego -si no se ajustan el cuello de la camisa- desmadran sus economías, pierden el autobús del bienestar social y la prosperidad, lanzan sus sociedades a la polarización y el enfrentamiento y terminan echándole la culpa a los gringos o a los güeros en general.

La corbata no hace al monje, son las ideas estúpido…

 

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