De lo mucho, poco – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

En este país nuestro, o lo que va quedando de él, abundan los que ignoran la sabia conseja según la cual «es bueno no perder la oportunidad de quedarse callado cuando nada aporta lo que se dice». Si algo bueno gira en derredor de este intento en Noruega es la sabiduría que comporta el silencio de los participantes en el ejercicio. Entienden, y muy bien, que en circunstancias tan complejas y enrevesadas, como es el caso, uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. O como dicen en los pueblos, la lengua puede ser el peor castigo del cuerpo. Han evitado así varios sinsabores, tanto el sofocante interrogatorio de los medios y la insensata persecución de periodistas torpes esclavos de la primicia, como la creación de expectativas en una población que si algo no necesita ni tolera es vanas ilusiones. Celebro que el palabrero sea noruego y más aún festejo que el ejercicio tenga lugar en una ciudad tan distante como Oslo. A veces hay que ponerse muy lejos para conseguir ver de cerca. 

No es cuestión de caer en  ensueños. Tampoco es asunto de caerle a pedradas a un esfuerzo de suyo difícil y que comporta una valentía que a muchos les es ausente. Creo más bien que hay que sumar y dejar de lado la fraseología épica rococó, la tonelada de inservible retórica irrelevante y la intrascendente manía de creerse en posesión de verdades absolutas que, por cierto, son una ficción. Se trata de  entender la caída de la locha, de comprender que si seguimos como vamos es cuestión de meses el desplome total. Todo se puede poner peor de lo que está. El llegadero simplemente no existe, el foso no tiene fondo. 

Entonces, hay que oponerse a la banalidad de quienes no tienen en la busaca nada más que repentismos grandilocuentes que, francamente, ni mojan ni empapan. 

Solución hay. Hay que buscarla y trabajarla. Y sí, ya no cabe duda que es cuestión de vida o muerte. Esto, por si alguien no lo creía, ha quedado pintado de cuerpo entero con el fallecimiento de los muchachitos y el episodio de los trasplantes. No sobrevivieron a la revolución. Se suman a los muchos que tampoco lo lograron.

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