Del Espíritu republicano - José Rafael Herrera

Del Espíritu republicano – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

A los colegas del Institute of Philosophy del Center for Democracy and Citizenship Studies y a todos los ilustres venezolanos en el exilio.

El ser republicano y la experiencia de formar parte inescindible de una fuerza –Ενέργεια– capaz de circundar, penetrar y trascender a un tiempo los límites de lo meramente individual, cabe decir, de un Espíritu, son experiencias de la conciencia histórica y cultural que recíprocamente se identifican desde los orígenes mismos del pensamiento occidental. Como se sabe, la Res-publica -sin acento- es una expresión que significa, literalmente, “Cosa pública”. La mayúscula, aquí, indica que no se trata de cualquier cosa sino, precisamente, de la Cosa, en tanto que hace referencia al interés común, a los asuntos inherentes a la comunidad política, al gobierno y a la ciudadanía. Se trata, en suma, de la Politéia, porque es en ella y sólo en ella donde el ser humano, el zoon politikón, realiza (wirklich) su mayor grado de perfección y desarrollo. Por eso mismo, el pubicus (los que adolecen) sólo pueden alcanzar la necesaria madurez -y con ella, la propia autonomía- dentro del complejo y no pocas veces contradictorio horizonte civil, bajo las leyes e instituciones de la república. Pero es justamente por esa razón que el ser republicano se identifica con el Espíritu.

Cuando se hace referencia al Espíritu, no son pocos los que imaginan que se invoca al inefable más allá y, de hecho, lo confunden con un fantasma, un espanto, una entidad invisible e intangible, no pocas veces vinculada con el temor, cuando no con el abierto pánico reverencial. Parafraseando a Jorge Luis Borges, no se tiene miedo porque se mire un espectro, se mira un espectro porque se tiene miedo. Y no se diga de los ateos o de los empiristas, en el fondo, fieles creyentes presos en sus dogmas y banalidades, cuya inmediatez y unidimensionalidad solo les permite percibir (“ver”) lo que les “revelan” los gruesos lentes de sus prejuicios y supersticiones. En realidad, el Espíritu está mucho más allá de semejantes banalidades fantasmagóricas. El término Espíritu (Speis-Spiritus) proviene de Spirare, que significa espirar, aspirar, inspirar o respirar. En fin, se trata de la acción de soplar o hinchar. De ahí provienen los hinchas que conforman la fuerza de una causa y defienden la camiseta de su equipo. Ese es, como dice Lucrecio, el Spiritus unguenti suavis, el suave aroma del Espíritu. En su significado originario, Espíritu es, pues, más que el simple y mecánico movimiento de inspiración y expiración, el soplo de la esencia más íntima de la humanidad, que se insufla entre los comunes para devenir aliento de compromiso compartido. Cons-pirar es, en consecuencia, el punto de partida del Espíritu de toda nueva comunidad ética. Por eso mismo, antes de que sea ins-pirado y ex-pirado, no puede haber un Espíritu concluido, previo, fijo, prestablecido, hecho. Solo existe el Espíritu que se construye, que se hace, que está en hacimiento, mediante el lenguaje, el trabajo y la interacción ética y política. En suma, es el resultado del intercambio social lo que produce la pulcra transparencia del Espíritu de un pueblo. Y mientras más cultivado sea su lenguaje, su fuerza productiva y su ethos, mayor será su riqueza. Más que del derecho natural, se trata, como dice Vico, del derecho de gentes.

Sin la fuerza vital del Espíritu no se puede construir una auténtica república. Y, a la inversa, sin una auténtica república no se puede mantener la fuerza vital del Espíritu. En las auténticas repúblicas el Espíritu se enriquece, se hace concreto. En las nominales, regidas por las formas sin contenido, propias de la posverdad que sustenta a los regímenes populistas o neoliberales (los cuales, en última instancia, se identifican), el Espíritu se marchita y empobrece, va siendo mutilado, hasta devenir una abstracción. De ahí la sustancial importancia de cultivar la educación estética y ciudadana. Sin educación y costumbres (Sitte, Sittlichkeit) crece la sombra de la ignorancia que da paso a la decadencia, al retorno de la barbarie, a la corrupción y a los despotismos gansteriles que ponen fin al ejercicio republicano. El Espíritu republicano amerita de una sólida base educativa en la que puedan prosperar, simultáneamente, la producción económica y la justicia social. Nada más contrario al Espíritu republicano que la persistencia de un poder ejecutivo que pretende ubicarse por encima de las instituciones. Ahí donde la condición republicana no ejerce plenamente sus funciones institucionales y reina la injusticia la gangrena populista crece y destruye a su paso el tejido orgánico del ser social.

La conciencia ha sido caracterizada por la ratio instrumental y la lógica de la identidad abstracta, que la soporta, como un fenómeno de cada quien y de cada cual. Pero, en verdad, no existen conciencias solitarias, recíprocamente independientes, aisladas las unas de las otras. Se aprende a ver-se a través de los otros sujetos que conforman el infinito caleidoscopio del Espíritu. Por eso mismo, el Espíritu no es el fundamento trascendente que subyace a la subjetividad del sí mismo en la autoconciencia, en la que un yo se comunica con otro yo y a partir del cual se van constituyendo recíprocamente como sujetos. No. La conciencia existe como el resultado inmanente de la acción social, en virtud de la cual los sujetos se reconocen y sin la cual no podrían ser sujetos. El Espíritu republicano es el desbordamiento dialéctico de esta unidad diferenciada que se configura como totalidad ética. Se trata, en síntesis, de la “acción comunicativa” -al decir de Habermas- que establecen los particulares en medio de lo general (Allgemein), similar a la función que cumple la gramática en el lenguaje en relación con los hablantes. Ese es el universal concreto, porque su movimiento recíproco comprende el reconocimiento de los particulares, que se identifican los unos con los otros al tiempo de conservar su especificidad, su determinación específica. El yo particular sólo puede ser portador de autoconciencia en tanto parte integrante, constitutiva, del Espíritu republicano. Una nueva república requiere de la construcción de un nuevo Espíritu, de “un espíritu superior”. Ella será, si no la última, la más grande obra de la humanidad.

 

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