En el laberinto político, una verdad se ha vuelto innegable: si le sirve a Maduro, perjudica a Venezuela. En el tablero de ajedrez del poder, cada movimiento de Maduro está diseñado para consolidar su control, sin importar el costo para el pueblo venezolano. Las políticas que favorecen a su régimen son como piezas que avanzan estratégicamente, sacrificando el bienestar de los ciudadanos en aras de mantener su dominio. Cada jugada que fortalece su
posición es una puñalada al corazón de la nación, un escupitajo a los derechos, sueños y esperanzas de millones.
Las promesas de prosperidad y estabilidad de Maduro son espejismos en el desierto, falsas ilusiones que desvanecen al acercarse. Lo que es un beneficio inmediato para el mandamás se convierte en una carga insostenible para el país. La economía cruje y la calidad de vida se deteriora. Cada medida que enriquece a unos pocos en el tenebroso círculo de poder empobrece a la mayoría.
En un país donde la voz del pueblo es ignorada y silenciada, las decisiones que sirven a Maduro son como grilletes que atan la libertad y la democracia. La represión y la censura se convierten en herramientas para mantener el control; cualquier disidencia es aplastada. Cada acto de opresión que fortalece al régimen es una herida abierta en el tejido social de Venezuela, una negación de los derechos fundamentales y de la dignidad humana.
Las generaciones futuras de Venezuela son las más afectadas por las políticas que benefician a Maduro. La educación, la salud y las oportunidades de desarrollo se ven comprometidas, y el futuro de la nación se oscurece. Cada decisión que perpetúa el poder del mandamás es una barrera que impide el progreso y el crecimiento de una sociedad vibrante y talentosa.
Las decisiones que benefician a Maduro son como un veneno en una copa de vino. Al beber de ella, el veneno se extiende por el cuerpo de Venezuela. Cada sorbo que fortalece al régimen es una dosis de sufrimiento para el pueblo, una traición a la esperanza de un futuro mejor.
Las políticas que favorecen a Maduro son como una plaga que invade un jardín que se convierte en un paisaje desolado y marchito. La libertad y la justicia se marchitan bajo el peso de la opresión, y las raíces de la democracia se secan. Cada decisión que enriquece al líder es una espina en el corazón de la nación.
Los discursos de Maduro son un espejo roto que refleja una imagen distorsionada de la realidad. Cada fragmento del espejo muestra una parte de la devastación que sufre Venezuela, y al unir los pedazos, se ve la magnitud del daño.
El régimen de Maduro es un teatro de sombras, donde las decisiones que le benefician son manipuladas tras bambalinas por fuerzas externas. Porque el régimen no manda; es un un títere de poderosos.
Las políticas de Maduro son como un barco que navega hacia un naufragio inevitable. A medida que toma decisiones que le benefician, el barco se adentra en aguas turbulentas. El naufragio luce como una tragedia que podría haberse evitado. Y cada venezolano que huye del país es una página más en el libro de este estrepitoso fracaso.
El régimen de Maduro es un laberinto sin salida. Cada decisión que le favorece es un giro equivocado que sume a la nación más profundamente en la confusión y la desesperación. El pueblo venezolano busca una salida, una manera de acabar con la opresión y la miseria, pero es ignorado. La nación está en un laberinto que es una prisión de decisiones egoístas y destructivas.
Me pregunto, y pregunto, si los poderosos en Venezuela y en el exterior entienden a cabalidad lo que está pasando y las consecuencias para el país y para la región. Y, si lo entienden, ¿creerán que esto se soluciona por generación espontánea?
La peor reacción ante una crisis es aceptarla como la nueva normalidad. La complacencia en tiempos de peligro es formar parte del problema y no de la solución. Y es, si me perdonan el coloquialismo, sentarse en el portal de la casa a ver pasar los muertos. Y eso es escupir para
arriba.
Esto, para decirlo con claridad, es el régimen contra el pueblo.