En el complejo y tan volátil panorama político de Venezuela, se presenta una paradoja que, si no se resuelve, condenará al país a una perpetua crisis: un electorado unido en su deseo de cambio y un liderazgo opositor fragmentado y dividido. Esta desconexión entre la voluntad del pueblo y la capacidad de sus líderes para articular un frente común es, sin duda, uno de los mayores obstáculos para la transformación que Venezuela necesita.
Creíamos qie tamaño dislate ya había sido superado. Y resulta que no es así. Hay quienes creen que pueden jugar al dibujo libre, ignorando y desafiando el claro mandato del electorado.
El pueblo venezolano ha demostrado una y otra vez su fortaleza, tenacidad y unidad en la búsqueda de un futuro mejor. El electorado habló con diafanidad el pasado 28 de julio, y baste leer lo que escribe en las redes para entender que lo que dijo en las urnas de votación no es un mero asunto de cómo pega el viento: es un mandato soberano. El electorado ha dejado claro su anhelo de cambio y su rechazo al status quo. Sin embargo, esta voluntad colectiva choca con la realidad de una parte del liderazgo opositor que se da el lujo de jugar a posición fuera de ese mandato y privilegia disputas internas y rivalidades personales.
La división en el liderazgo opositor no es solo una debilidad estratégica, sino una traición a la esperanza del pueblo. Cada vez que algunos líderes opositores permiten que sus diferencias personales prevalezcan sobre el bien común, insultan la confianza de los ciudadanos y fortalecen la posición del régimen. En un momento tan crítico como el que vive Venezuela, la fragmentación es un lujo que es tonto permitir.
La unidad del electorado es un capital político invaluable que debe ser canalizado de manera efectiva. Los líderes opositores qie están cantando una melodía desentonada deben comprender que su responsabilidad va más allá de sus ambiciones individuales. Es imperativo que trabajen juntos, que negocien con madurez y que desarrollen una visión compartida que refleje las aspiraciones del pueblo. La diversidad ideológica puede ser una fortaleza, pero sólo si se gestiona con inteligencia y con un sentido claro de propósito común democrático.
Además, los líderes de la oposición deben demostrar una coherencia entre su discurso y sus acciones. El electorado exige autenticidad y compromiso genuino. No basta con pronunciar palabras elocuentes; es necesario que estas palabras se traduzcan en acciones concretas y efectivas que demuestren una verdadera voluntad de cambio.
La historia de los movimientos de liberación y cambio político en todo el mundo nos enseña que la unidad es el factor determinante para el éxito. Los líderes opositores, todos, deben dejar de lado sus diferencias y construir un frente unido que pueda enfrentar con fuerza y determinación los desafíos que se presentan. El pueblo habló el 28J y eligió sin lugar a dudas a Edmundo González Urrutia. Entender la magnitud de ello es fundamental. El futuro de Venezuela
depende de ello.
La unidad del electorado y las divisiones fuera de contexto en el liderazgo de oposición representan una paradoja inadmisible. Es hora de que los líderes opositores asuman su responsabilidad histórica, sepan entender el mensaje del pueblo y trabajen juntos y unidos en aras del bien común. Sólo a través de la unidad y la cooperación podremos cruzar el abismo que nos separa del futuro próspero y democrático que todos anhelamos. No es momento para reacciones cacofónicas ni para el dibujo libre. No se puede jugarle quiquirigüiqui al pueblo. Más neuronas y menos testosterona. Pongan en baño de agua fría a las torpezas.