Extremum – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

“Al ser la autoconsciencia pura singularidad pensante y su objeto

cabalmente esto, se limita a tender hacia el recogimiento

 devoto. Su pensamiento como tal sigue siendo un vago tintineo

 de campanas o un tibio vapor nebuloso, un pensar musical”.

                                                                           G.W.F. Hegel

La pura sképsis, observa Hegel, consiste en “ese desatino inconsciente que consiste en pasar de un extremo al otro”. Así, por ejemplo, “si se le indica la igualdad ella indica la desigualdad; y cuando se le pone delante esta desigualdad, que acaba de proclamar, ella pasa a la indicación de la igualdad; su charla es, en realidad, una disputa entre muchachos testarudos, uno de los cuales dice A cuando el otro dice B y B si aquél dice A y que, contradiciéndose cada uno de ellos consigo mismo, se dan la satisfacción de permanecer en contradicción el uno con el otro”. La cita, tomada de la Fenomenología del Espíritu, da lugar al examen, sine ira et studio, de ciertos pasajes histórico-políticos, tal vez de alguna importancia, para la comprensión de la propia “experiencia de la conciencia” de lo que va quedando de aquella Venezuela pujante y ciertamente democrática, que fuera secuestrada por una banda criminal revestida con los estrafalarios colores del populismo. Una Venezuela saqueada y empobrecida material y espiritualmente y cuya reconstrucción requerirá, al decir de Vico, de “los trabajos de Hércules”. Así que, más allá de la ridícula escena del narcosátrapa disfrazado de palestino, o de las lamentables “meditaciones” del narcotirano esforzándose en explicar el origen palestino de Cristo, conviene dedicarse a temas y problemas que en alguna medida pudiesen contribuir efectivamente a la difícil labor que se le viene a la paciente inteligencia ciudadana de un país que requiere de su total reconstrucción, a la luz de un nuevo consenso social y político.   

La verdad de la Stoa está en la Sképsis. Y a la inversa. Durante los primeros años setenta del pasado siglo, la brecha entre quienes desde la extrema izquierda insistían en mantenerse dentro del modelo de la lucha armada para “asaltar el poder” y quienes se proponían la construcción de un modelo democrático, moderado y de participación activa dentro de la vida institucional, se fue haciendo cada vez más evidente. Los primeros se inspiraban en prácticas foquistas que, desde el derrocamiento de la Rusia zarista hasta la salida del dictador Batista de Cuba, se habían convertido en una referencia modélica, en una suerte de “manual del usuario revolucionario”, inspirada en la presuposición según la cual el único modo de derrocar a los enemigos del proletariado es la violencia, es decir, mediante el derramamiento de “la sangre de los opresores”. La otra Izquierda, en cambio -asistida por Gramsci y sus tesis sobre la distinción entre Oriente y Occidente, la sociedad política y la sociedad civil, la «guerra de movimiento» y la «guerra de posición», etc.-, vindicaba los valores del humanismo y la democracia liberal y, con ellos, la tolerancia, el respeto a la disidencia y la toma de decisiones para los cambios políticos y sociales a través del consenso. Era esa “la vía democrática al socialismo”, que más tarde se dio a conocer con el nombre de “eurocomunismo”.

Con el tiempo, ambas posiciones se fueron haciendo cada vez más pugnaces, más extremas, más opuestas entre sí. Es el desdoblamiento de la autoconsciencia. Para los primeros, los segundos no eran más que “reformistas” y “revisionistas” de la “ortodoxia”, es decir, de la “auténtica doctrina” comunista, que fue la fórmula empleada, a modo de manifiesto, por Lenin y, a modo de purga, por Stalin, para referirse a los “traidores”, los cuales, progresivamente, fueron siendo incorporados al “libro negro” de la Internacional comunista dirigida desde la Unión Soviética. Para los segundos, los primeros eran militantes de una anacrónica idea de revolución, impulsada por el “voluntarismo” irracional que siempre termina en terrorismo. De hecho, habitualmente se referían a ellos con el epíteto de “la ultra”. Derrotados militar y políticamente, sus partidos fueron reducidos a pequeños grupos marginales, con una participación apenas perceptible en la vida nacional. Hasta que “la ultra” -cuya vanguardia la conformaron los herederos de los viejos caudillos latifundistas decimonónicos, resentidos frente la pérdida de sus privilegios políticos-, después de las fallidas intentonas golpistas contra un gobierno democrático legítimo y legal, tomaron la decisión de vincularse con poderosos factores de poder económico y presentarse en las elecciones que, finalmente, le dieron el triunfo a su “vengador” de turno, una reminiscencia del aciago coronelato criollo. La versión mulata de Boves. La barbarie ritornata. Lo extraordinario es que muchos de sus antiguos rivales, los de la llamada Izquierda democrática, se sumaron a la nueva aventura de los extremistas, porque finalmente estos habían entendido que el camino al poder tenía que ser por la vía democrática, como en efecto había sucedido en esa oportunidad, a pesar de aquel indescifrable, aunque claramente amenazante, “por ahora” y de sus obvias implicaciones para el menesteroso presente.

Los así llamados “líderes históricos” de la versión democrática del socialismo, convencidos de que sería un error apoyar a un grupo de subversivos y de militares insurrectos para conformar un nuevo gobierno, fueron expulsados del partido que habían fundado, para dar paso a ese gran “rompecabezas”, al “gran polo patriótico” que la “fusión cívico-militar” había logrado amalgamar. Pronto, más pronto de lo que se hubiesen imaginado, los nuevos aliados de los viejos godos fueron siendo eliminados de la alianza, y los ecos de la vetusta ortodoxia -inspirados en el mito de la muy antimarxista “teoría de la dependencia”, especialmente en su versión paulista y habanera- resonaron, una vez más, para hacerse del poder “für ewig”. Y una vez afianzados en el poder, terminaron trastocando el Estado nada menos que en un gang, en un cartel que aún mantiene secuestrada a la sociedad civil. En una expresión, el “por ahora” convertido en “para siempre”, por supuesto, hasta nuevo aviso. Se ha dicho que carecen de un proyecto de país y que sólo poseen un proyecto para preservar el poder. Como si en realidad les interesara tener un proyecto de país. Y, en este punto, quizá sea conveniente recordar el hecho de que las mafias son ajenas a aquellos intereses que no les son de particular interés. Un Estado forajido no es un Estado. Es la contracara del Estado, el lado opaco del espejo, la negación abstracta de la luz.

La descontextualización de los procesos históricos comporta graves consecuencias, especialmente para la real y efectiva conquista de la libertad y del derecho, y, más aún, en momentos en los cuales una determinada formación social se ha perdido a sí misma en el laberinto de sus propios mitos fundacionales, dado que padece de la peor de las pobrezas espirituales sufridas por la experiencia de su conciencia. Las presuposiciones de la ya desgastada ideología de factura reformista no pueden ser -porque carecen del necesario sustrato histórico y conceptual- un modelo fijo que, por cierto, pretende sostenerse en ficciones, traídas de otras latitudes, para transformarlas en reglas, patrones o axiomas políticos organizacionales que “deberían” ser instrumentalizados “científicamente”, a los fines de poder alcanzar “el éxito”. Uno de los grandes inconvenientes de una ciencia social o política que se ha dejado guiar por el entendimiento reflexivo y la ratio instrumental consiste en la pretensión de universalizar y formalizar matemáticamente las inéditas determinaciones que son características específicas del Espíritu de cada pueblo. El extremo de la violencia abstracta es, ontológicamente, idéntico al del electoralismo abstracto. En realidad, tanto el belicismo como el pacifismo tout court alimentan esperanzas, por una parte, mientras que, por la otra, ocultan sus grandes temores. Caras de una misma moneda. Extremos que se tocan. Los trillados ejemplos de las dictaduras del Cono Sur o de la Europa Central redundan en abstracciones ahistóricas, desdibujadas por completo de su contexto y de sus circunstancias específicas. Es como si, por ejemplo, de la noche a la mañana, después de una fervorosa campaña electoral se pudiera lograr el desalojo de una feroz dictadura que se niega a abandonar el poder mediante la simple y mágica convocatoria de los comicios. Por si alguien aún no ha caído en cuenta, puede ser que el muro de Berlín haya sido derrumbado, pero eso no significa que, en realidad, la sustancia de la Unión Soviética haya desaparecido de la faz de la tierra. Que ya no porte ese nombre y que sus estandartes ya no sean los de antes, no significa que no se haya redimensionado y siga manteniendo viva y amenazante su tradicional concepción mafiosa, tiránica, orientalista, del poder. En el nombre de la democracia, no basta con la simple participación en un proceso electoral para cambiar las cosas si no hay, junto a ella, una resistencia orgánica, una red, capaz de defender la cultura y los valores auténticamente republicanos.

 

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