Soledad Morillo Belloso

Los Empresarios Errantes: Una Nación de Fantasmas – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Unos cien mil empresarios venezolanos han emprendido una travesía sin retorno. No partieron con maletas repletas ni despedidas multitudinarias. Se fueron en silencio, dejando detrás sus oficinas, sus naves industriales, sus tiendas y sus sueños de prosperidad en un país que, a pesar del amor que le profesan, dejó de abrazarlos.

Son unos cien mil. Han emprendido una travesía al parecer sin retorno. No en barcos ni en aviones, sino en decisiones. Se han convertido en arquitectos de nuevos futuros, lejos de los llanos y las montañas que los vieron nacer.

Cada inversión que hacen fuera de Venezuela es un grito silencioso, una rúbrica en el acta de la desconfianza. Han dejado atrás la inestabilidad, la incertidumbre, el miedo a un mañana incierto, y han apostado por tierra firme en latitudes más previsibles.

Algunos construyen tiendas en Bogotá, otros instalan fábricas en Lima, muchos se reinventan en Miami, Madrid, Panamá , La Asunción, Sidney o Santiago. Ya no son sólo nombres en registros mercantiles venezolanos, sino piezas clave en las economías de naciones que los acogieron con reglas claras y caminos abiertos.

Pero en sus oficinas, en esas mesas de conferencias con vista a un skyline que no es el de Caracas, aún resuenan los ecos de lo que pudo ser. Se preguntan si algún día, quizás, la confianza pueda ser restablecida. Si en alguna década futura, podrán mirar hacia el país que dejaron atrás y decir: “Ahora sí”.

Hasta entonces, los empresarios errantes siguen adelante. No por despecho ni por olvido, sino por supervivencia. Y en cada cuenta bancaria extranjera, en cada contrato firmado lejos de casa, queda impreso el tamaño de la desconfianza.

Partieron sin escándalos. Primero con dudas, después con resignación, finalmente con determinación. Se convirtieron en ciudadanos del mundo, en inversionistas con acentos extraviados, en nombres que ahora figuran en registros mercantiles de ciudades repartidas por el mundo.

No fue un éxodo de lujos ni una diáspora por capricho. Fue supervivencia. La certeza de que no hay empresa posible en un país donde la estabilidad es un espejismo, donde las reglas cambian sin aviso, donde la inversión se convirtió en un acto de fe sin garantías. En cada oficina que dejaron, quedó un escritorio vacío, un teléfono que ya no suena, una agenda cerrada en la última página.

Ahora, en esas nuevas tierras, muchos comienzan de cero. Aprenden códigos comerciales ajenos, sortean burocracias desconocidas, construyen redes donde nunca antes habían tejido lazos. Se adaptan a monedas que antes sólo eran cifras en sus balances y transforman su experiencia venezolana y su talento  en estrategia para mercados extranjeros.

Pero en sus reuniones, en los brindis que celebran contratos en cafés o en cocteles en edificios modernos, siempre hay un momento en que alguien suspira y pregunta: “¿Y si un día pudiéramos volver?”

Porque en el fondo, ninguno de estos empresarios errantes ha dejado de ser venezolano. Sus raíces no se han secado, sólo han sido trasplantadas. Y aunque han apostado su futuro en tierras nuevas, saben que siguen siendo fantasmas en los lugares que solían habitar.

Si Venezuela fuera distinta, si la confianza regresara, si las reglas volvieran a ser claras y el riesgo dejara de ser una sentencia, quizás entonces… quizás un día… volverían.

Hasta entonces, siguen adelante. No con rencor, sino con la certeza de que su única traición ha sido a la incertidumbre.

Porque en el fondo, Venezuela sigue siendo más que un lugar en el mapa: es una historia que sus hijos llevan tatuada en la memoria. Y aunque hoy estos empresarios han sembrado su esfuerzo en tierras lejanas, cada decisión tomada, cada éxito alcanzado, cada nueva frontera conquistada, lleva la marca de lo que aprendieron en su país. Son errantes, sí, pero no sin raíces. Y aunque el regreso sigue siendo un anhelo envuelto en incertidumbre, la esperanza persiste. Porque nadie que haya amado su tierra deja de mirar atrás, esperando el día en que la confianza sea más fuerte que la distancia.

Quiero que vuelvan.

 

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