Los papás de los helados – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Trajeados de uniforme que hace años no ha sentido el calor de unamk9HMijk_400x400 plancha. Con las botas que hace semanas no han sido lustradas. Una lipa que habla a los gritos de ausencia de ejercicio y de abuso de bebidas de cebada y lúpulo. Al cinto, un arma. O varias. Una gorra esconde el corte de pelo norcoreano. Y mascan chicle.

Llegan en sus camionetas y motos. Entran a los locales pisando con todo su peso. La cola de gente de a pie no importa. Tampoco las horas que esos ciudadanos llevan ahí. O el calorón y el solazo. Que se achicharren un poco más. Miran por encima del hombro. Son una casta. Superior en la pirámide construida con ladrillos de poder. En la tribu ellos se imponen. Una doñita de edad indefinible se atreve a emitir un gemido. Es olímpicamente ignorada. Ella no importa. Los demás no importan. No importamos. Somos una casta inferior.

Los cajeros nada hacen por hacer prevalecer un mínimo de equidad y justicia. Nada pueden hacer. También están en la categoría de «inferiores». Nadie quiere correr el riesgo de un golpe o, peor, ir a parar tras las rejas. La gente acalla hasta el murmullo. Ahoga la rabia. Se la traga en seco, aunque eso produzca ahogazón y la carraspera luego no haya cómo aliviarla. El dolor de la dignidad herida de tanto y tanto pisotón no hay cómo sedarlo.

No. No es la realidad. Es una película. Se titula «Los papás de los helados». Una nota en los créditos establece que «los sucesos reflejados en este film son ficticios y cualquier parecido con acontecimientos reales es pura coincidencia». Seguro los vendedores de «quemaítos» la tendrán.

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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