Publicado en: Polítika UCAB
Por: Trino Márquez
Decir que Donald Trump es un líder heterodoxo que ha desarrollado su propio estilo de conducción, creo que resulta demasiado condescendiente con su estilo de liderazgo y la enorme perturbación que ha creado tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
Varios politólogos y filósofos españoles, entre ellos Rubén Núñez Tejada, han insistido es que la confrontación actual no es entre democracia y dictadura, sino entre República y Monarquía. Trump –más que Recep T. Erdogan o Viktor Orban- representa la validez de ese planteamiento. Él, que ganó con una reducida mayoría de votos populares –obtuvo 47,9% contra 46.5% de Kamala Harris, de un total de alrededor de 72 millones de votantes- se ha comportado durante sus pocos meses de gobierno, mostrando un profundo desprecio tanto por las instituciones republicanas de Estados Unidos, como por la mayoría de los organismos creados después de la Segunda Guerra Mundial y, también, los que se formaron luego del derrumbe del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría, concebidos para darle al mundo –en algunos momentos sin mucho éxito- mayor seguridad, estabilidad y armonía. Trump ha maltratado el orden interno e internacional dentro del más puro estilo caudillista, parecido al utilizado por los gamonales latinoamericanos en el siglo XIX. Se ha erigido en el alfa y el omega del sistema político norteamericano y ha convertido la política en un espectáculo lleno de reflectores y cámaras. El Salón Oval de la Casa Blanca se transformó en una especie de set donde se presenta el conductor de ese gran show que es ahora la política en Norteamérica.
Frente a Donald Trump se es vasallo o enemigo. Para él no existen los adversarios o competidores, como en todos los modelos políticos democráticos.
Benjamín Netanyahu, que ha demostrado una crueldad sin límites frente a la población civil gazatí, según Trump es ‘víctima’ de una cacería de brujas por parte del Poder Judicial israelí, que pretende enjuiciarlo por los bien documentados casos de corrupción en los que se encuentra envuelto. De acuerdo con la particular visión del gobernante estadounidense, el Poder Judicial israelí no se ciñe a la ley, sino que está prejuiciado y actúa de forma sesgada contra un héroe como Netanyahu. Incluso, ha amenazado con retirarle la ayuda a Israel si enjuician al primer ministro.
En cambio, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos sí actuó ajustada a Derecho y reafirmó los valores republicanos de la nación y la independencia de los poderes públicos, cuando recientemente aprobó la sentencia con seis votos a favor, todos magistrados conservadores, y tres en contra, magistrados progresistas, que le permite a Trump negar la ciudadanía a los hijos nacidos en Estados Unidos, de padres inmigrantes indocumentados. Además, la Corte Suprema decidió restringir severamente a los jueces federales la posibilidad de bloquear órdenes ejecutivas provenientes del Gobierno Federal.
De acuerdo con destacados juristas norteamericanos, el veredicto de la Corte Suprema contra la nacionalidad por nacimiento constituye una clara violación de la Constitución, específicamente de la enmienda 14. Más que un dictamen jurídico, representa un juicio político dirigido a favorecer a Trump para que pueda cumplir su promesa electoral de atacar sin tregua a los inmigrantes que no hayan cumplido los trámites legales. Trump utiliza un doble racero para medir el comportamiento del Poder Judicial. Lo que es muy malo en Israel, resulta ‘magnífico’ en Estados Unidos.
Debo agregar que el tratamiento considerado de Trump es solo con los magistrados de la Corte Suprema porque a los jueces federales que se han resistido a sus órdenes, los ha vejado. Lo mismo ha hecho con Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, a quien insulta cada vez que se le ocurre. Lo mismo ha ocurrido con el gobernador de California y con la alcaldesa de Los Ángeles. Anteriormente, el trato denigrante fue contra el expresidente Joe Biden, una de sus víctimas favoritas, y Kamala Harris. En el plano internacional, las ofensas han estado dirigidas a Volodímir Zelenski, Enmanuel Macron, el exprimer ministro de Canadá y a la Unión Europea en su conjunto. En América Latina, más que insultos han sido amenazas las proferidas contra Panamá y México.
Trump no ha dejado títere con cabeza. Su estilo se basa en el chantaje y la coacción. Su arma favorita hasta ahora ha sido el uso de los aranceles como ariete, para intimidar y lograr la rendición incondicional de los adversarios que artificialmente construye y magnifica.
La consigna Made America Great Again, en manos de Trump podría traducirse en hacer de Estados Unidos el país que nunca debería existir: aislado, excluyente, encerrado en sus propias fronteras, incapaz de utilizar su soft power, su inmenso prestigio, para propiciar un mundo más pacífico y civilizado.
Ese es uno de los graves riesgos de entregarle el poder a los forasteros de la política: suelen conducir los países a etapas en las cuales no existía el diálogo, la negociación y los acuerdos, sino el garrote vil.