Prólogo de “Mi padre, el aviador” – Alberto Barrera Tyszka

Barrera Tyszka escribió el prólogo de «Mi padre, el aviador», un libro donde Lissette González narra la vida y muerte en prisión de su padre.

Publicado en: Editorial Dahbar

Por: Alberto Barrera Tyszka

Un sábado en la noche —un sábado cualquiera, un sábado simple y cordial— estás acostada en la cama, ya vestida para dormir, cuando de pronto escuchas el timbre de tu casa.

No suena: irrumpe. Es un crujido inesperado en medio del silencio. Vas hasta la puerta y preguntas quién es. Una voz, desde el pasillo, te pide que abras. “Es el SEBIN”. Cinco letras que no importa mucho cómo suenen, siempre son un trueno. Entre la sorpresa y el temor, solo atinas a responder con la verdad: “Un momento que nos estamos vistiendo”.

Así recuerda Josefa González el comienzo de una noche que todavía no termina, la noche del 26 de abril del año 2014. Ese sábado, funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar allanaron su vivienda y se la llevaron detenida junto a su esposo, Rodolfo González. ¿La razón? Una denuncia anónima, una denuncia de un “patriota cooperante”. Ella dejó la cárcel rápidamente. Su marido jamás logró salir.

Uno de los logros más perversos y aterradores del chavismo es haber normalizado la violencia institucional.  Peor aún: no solo la han normalizado, sino que, además, han intentado —todavía hoy insisten en ello— legitimarla, incluso sacralizarla. Actúan, piensan y declaran como si su violencia fuera buena, como si no fuera tan violencia, como si fuera distinta. Los verbos reprimir, torturar, asesinar, ejecutar… no permiten diferencias, matices. Al menos, no a sus víctimas.

Mi padre, el aviador ofrece un profundo testimonio, acompañado de un análisis y de una reflexión aguda, honesta y valiente, de la violencia que ha marcado y que todavía marca la historia reciente de nuestro país.

Lissette González ha escrito una inquietante crónica personal sobre la detención, el encarcelamiento y la muerte de su padre, Rodolfo González, conocido también públicamente como “El Aviador”.

Con un rigor puntual —que va desde la memoria familiar hasta el registro de sus mensajes colgados en las redes sociales—reconstruye todo ese proceso desde la mirada —muchas veces ignorada— de quienes acompañan a un preso político. Es un relato que expresa muy bien toda la indefensión, la incertidumbre, la impotencia, el sometimiento a las ceremonias violentas del sistema judicial y carcelario en Venezuela.

Narrar la vida en prisión desde quienes se quedan afuera es uno de los hallazgos fundamentales de este libro. Lissette González no pretende situarse en el lugar de su padre, no quiere ocupar su voz. Trata de llegar a él desde donde ella se encuentra, incorporando toda su diversidad, como hija, como madre que debe hacerse cargo también de su propia familia, como mujer que piensa distinto, como ciudadana que no necesariamente está de acuerdo con su padre…Todo esto permite que la historia no sea un pasquín, un texto editorial artificialmente épico, sino un cuento plural, lleno de voces y matices, que se empeña todo el tiempo en sortear las tentaciones de la polarización y el melodramatismo fácil.

Pero Lissette González también ha escrito un libro sobre duelo.

Ha renunciado al camino de la pancarta rápida y de las consignas para adentrarse en honduras más espesas. Tiene el valor de incorporar y compartir en su ejercicio de memoria el suicidio de su padre. Como tragedia, sí. Pero también como un dilema.  Mi padre, el aviador ofrece también una mirada, nada complaciente, sobre la pérdida en contexto de conflictos políticos, sobre el duelo y el acompañamiento que pueden tener, recibir o no, los familiares de las víctimas por parte de su gente cercana pero también de la ciudadanía.

Finalmente, y esto me parece esencial, Lissette González también ha escrito un importante ensayo sobre el país, desde una perspectiva novedosa y poco explorada, donde reflexiona y propone distintos planteamientos a propósito de la violencia de Estado, del papel de las víctimas y de las alternativas para la reconciliación.

De esta manera, su relato humano y sentimental también se articula con su experiencia como socióloga, como activista, como escritora.

Esto le permite ofrecernos una versión más compleja y desafiante de la realidad: “Convertirse en el malvado del futuro es el camino fácil, el que no genera resistencia: juntarte solo con los tuyos y centrarte en no olvidar el agravio y la maldad de los otros. Vivir solo para increparlos, mirando al pasado. Quedarse allí en la posición de mártir es cómodo, incluso podría tener gratificaciones, porque se sobreentiende que la víctima está en lo correcto. Pero creo que al final de ese trayecto podría terminar no reconociéndome en el espejo. Y me niego a convertirme en lo que tanto he cuestionado”.

Termino de escribir estas líneas el mismo día que —sin más pruebas que unas capturas de pantalla de mensajes telefónicos y sin la presencia del único supuesto testigo de la denuncia— han sentenciado a 16 años de cárcel a seis líderes sindicales.

El chavismo ha convertido al Estado en una impúdica máquina de destrucción.

También desde esa realidad hay que leer este libro. Desde la incómoda certeza de saber que, justo ahora, justo en este instante, toda esta tragedia continúa, se repite con otros nombres, otras familias, con otras experiencias y con otras excusas, pero con la misma brutal impunidad.

Uno de los personajes de Medianoche en el siglo —el imprescindible libro de Víctor Serge—, en medio de una discusión con otros presos políticos en una cárcel, al hablar de quienes injustamente los mantienen en prisión, suelta de pronto una frase luminosa y lapidaria: “Su tarea es suprimirnos sin ruido, la nuestra es durar”.

Lissette González, por suerte para todos nosotros, decidió cumplir su tarea escribiendo, dándole una nueva forma a la memoria, pronunciando el nombre de su padre y contándonos su historia, compartiendo su experiencia, sus reflexiones y sus dudas, en este libro extraordinario.

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