Una bomba en la redacción - Raúl Stolk y Rafael Osío Cabrices

Una bomba en la redacción – Raúl Stolk y Rafael Osío Cabrices

Publicado en: Cinco 8

Por: Raúl Stolk y Rafael Osío Cabrices

Una bomba en la redacción - Raúl Stolk y Rafael Osío Cabrices
Más y más mujeres han empezado a hablar de lo que han sufrido a manos de maltratadores, del drama de procesar esto, del espanto de atreverse a denunciar, a exponer.
Cortesía: Héctor Poleo. Sin título, 1947

El viernes 7 de febrero, a las 10:11 de la mañana de Venezuela, Andrea Paola Hernández publicó un tweet que nos generó de inmediato preocupación. A este tweet le ha seguido una reacción en cadena de testimonios que dos días después, mientras escribimos esto, no ha dejado de crecer.

https://twitter.com/andreapaolahg/status/1225799255278968832?s=20

En el momento en que Andrea habló, David Parra era editor de redes de este medio y de Caracas Chronicles, y había publicado varias piezas en ambos. Así que lo que Andrea decía nos afectaba directamente como medio de comunicación y como equipo. Si ella decía la verdad, teníamos entre nosotros a alguien acusado por varias mujeres de ser un maltratador. Y aunque no teníamos ningún antecedente sobre la vida privada de David, nuestra primera reacción fue pensar que Andrea decía la verdad. Que no mentía.

Nosotros creemos en el principio de la presunción de inocencia, pero también creemos en que cuando una mujer dice que ha sido maltratada, eso requiere valor, y lo menos probable es que esté mintiendo o que lo esté haciendo para llamar la atención. En este caso, el “llamar la atención” en realidad lo que implica es echarse encima más burlas e insultos que solidaridad. Todo esto debería ser obvio, pero no lo es, por lo que hay que repetirlo.

Nosotros creemos que el maltrato a la mujer existe y que es un crimen y que debe ser denunciado. Y por eso hemos publicado unas cuantas piezas sobre el maltrato a la mujer y las muchas amenazas a sus derechos en los escasos siete meses que lleva Cinco8 circulando. 

De manera que desde que vimos el tweet, ese mismo viernes en la mañana, decidimos apreciar la situación tanto en su gravedad como en su complejidad, y tratar de entender con la mayor precisión posible qué estaba pasando. Gabriela Mesones Rojo, la coordinadora editorial y ella misma otra mujer venezolana que ha sufrido y denunciado maltrato, habló con Andrea y con algunas de las otras mujeres que empezaron a unirse a la conversación en Twitter. Gabriela recogió testimonios e hizo preguntas. 

En muy poco tiempo pudimos ver que las denuncias se iban haciendo más y más graves y que eran muy consistentes entre sí. En muy poco tiempo se hizo evidente que David no podía seguir siendo parte de este equipo ni de un proyecto periodístico y cultural que tiene la misión de contribuir a restañar las muchas heridas de nuestra nación devastada, y eso incluye en un grado muy importante la violencia de género, física y psicológica. 

Él no podía seguir con nosotros porque las acciones deben tener consecuencias. Él no podía seguir con nosotros porque eso significaría que esas mujeres que se habían atrevido a denunciarlo en público, a contar que se había aprovechado de ellas cuando eran muy jóvenes, no estaban siendo escuchadas, no se las consideraba dignas de crédito, ni merecedoras de respeto, no importaba su dignidad ni se merecían justicia. De nuevo, todo esto debería ser obvio, pero no lo es, por lo que hay que repetirlo.

Apenas habíamos tomado la decisión de romper el vínculo laboral cuando él mismo nos contactó para decirnos que había decidido retirarse de inmediato. Tuvimos una conversación en la que él dijo que algunas de las cosas que se estaban diciendo en las redes no eran ciertas, y que otras sí. En ese momento, ese mismo viernes, David Parra dejó de ser parte de este equipo. 

En paralelo, continúa la conversación que nos incluye pero nos trasciende. Más y más mujeres han empezado a hablar de lo que han sufrido a manos de maltratadores, del drama de procesar esto, del espanto de atreverse a denunciar, a exponer(se). Esto ocurre pocos días después de enterarnos de la historia contada por Yohana Marra, en Crónica Uno, del horror de las venezolanas secuestradas por larguísimos años por un solo hombre en Maracay. Ocurre en un año que no lleva ni dos meses y ya abunda en femicidios. La violencia de género no es una moda millenial ni izquierdosa que viene de actrices de Hollywood: es un espanto cotidiano, de siempre, del que tenemos que hablar. 

Esto no es un invento, nos es una conspiración de Podemos ni del chavismo, un atentado contra la familia cristiana tradicional. Esto no es un asunto de ideologías ni de trending topics. Esto es una injusticia y no puede ser aceptada ni asumirse como normal. Esto es real: hay mujeres, niñas sufriendo daño por esto, daño que a veces es fatal, sucede desde que el mundo es mundo, y es tan grave como cualquiera de los muchos otros espantos cotidianos que tenemos en Venezuela y en el resto del planeta.

A estas alturas quienes nos leen estarán haciéndose muchas preguntas. Nosotros también. Preguntas que hay que hacerse, aunque por ahora no podamos encontrar las respuestas.

¿Cómo nos ocurrió esto? Nosotros no sabíamos que David tenía esos antecedentes, ¿pudimos haberlo sabido antes? ¿Es que debemos investigar a cada persona que reclutemos, o al menos a cada miembro masculino del equipo, justamente en un asunto que tiene como uno de sus rasgos principales la dificultad de saber, la dificultad de denunciar y de investigar? ¿Cómo puede un medio, o cualquier organización, prevenir esta clase de situaciones? 

Ya va siendo hora de que nos pongamos a pensar en esto. Porque los que venimos de los medios o de cualquier otro ámbito profesional en América Latina sabemos cómo las mujeres tienden a ser vistas, tienden a ser tratadas. Sabemos cómo operan no solo la discriminación sino también el abuso y el maltrato, conocemos las complicidades que lo hacen posible. Todos sabemos que algo muy malo está pasando y ha pasado siempre. 

Tenemos que encarar esto. 

Este problema no es de las mujeres maltratadas: es de todos. 

A nosotros nos estalló una bomba en nuestra minúscula sala de redacción de menos de diez personas. Había estado siempre ahí pero no la habíamos visto. La vimos porque una mujer habló, y porque la escuchamos. 

El único modo de que este drama se atienda es que podamos hablar de él. De que las víctimas sean respetadas y escuchadas, de que no las tratemos como locas, feminazis, carajitas frívolas que quieren likes y retweets, visibilidad, llamar la atención. 

Nosotros nos recompondremos de esta explosión y seguiremos hablando de esto.

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Un comentario

  1. debe ser muy dificil poder saber todos los antecedentes patologicos de los empleados ,es posible que David haya dejado rastros y nunca lo notaron , Tendremos que ser mas observadores

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