Entrevista con Laureano Vallenilla Lanz - Elías Pino Iturrieta

Entrevista con Laureano Vallenilla Lanz – Elías Pino Iturrieta

“Le recuerdo los personalismos del futuro, reinando en Miraflores y en el seno de unos partidos políticos que se anunciaron como novedosos y democráticos. Por cierto, ¿no ha visto usted las estatuas del ‘comandante eterno’? También le recuerdo, en esa Venezuela que supuestamente enterró al gomecismo, periódicos parecidos como gotas de agua a los que dirigí en Caracas cuando tenía la confianza del jefe. ¿Será que la multitud venezolana, esa cuya mención le produce escozor, no está todavía conmigo en el cementerio?”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Laureano Vallenilla Lanz es uno de los pensadores más influyentes de Venezuela. Fue el más destacado de un conjunto de autores que impusieron sus ideas desde la segunda mitad del siglo XIX y mantuvieron su imperio hasta la tercera década del siglo siguiente, cuando los que opinaban como ellos, llamados positivistas, habían pasado a mejor vida en el resto del continente y en Europa. Sus escritos giraron en torno a la figura de Juan Vicente Gómez, a quien consideró como regulador y salvador de la sociedad venezolana. Desde nuestros tiempos en los cuales continúa vigente la idea de los personalismos como guías supremos del pueblo, no parece estéril visitarlo en el cementerio.

De seguidas se copian unos datos básicos de su biografía, para que el lector no pierda aspectos importantes de la conversación. Durante el mandato de Cipriano Castro trabaja como cónsul de Venezuela en Santander y Ámsterdam. Al comenzar el régimen de Gómez es designado Superintendente de Instrucción Pública, Director del Archivo Nacional y Senador en el Congreso. Es presidente de ese congreso durante cinco períodos. Destaca entonces su actividad como director de El Nuevo Diario, órgano de propaganda de la dictadura. Fue presidente de la Academia Nacional de la Historia, numerario de las academias de la Lengua y de las Ciencias Políticas y Ministro Plenipotenciario de Venezuela en París. Sus libros más importantes son: Cesarismo DemocráticoDisgregación e IntegraciónCríticas de sinceridad y exactitud;y El sentido americano de la democracia.

-Don Laureano, ¿por qué se convirtió usted en uno de los promotores más destacados de la dictadura gomecista?

-Por los mandatos de la ciencia más importante de mi época. Recuerde usted que antes de escribir mis observaciones sobre la multitud venezolana me metí de lleno en las páginas de los autores más luminosos, a quienes nadie se atrevía a discutir por la procedencia científica de sus teorías y porque fueron los primeros en mirar con lupa metódica los problemas de la sociedad.

“Mi pluma solo se movió por una preocupación intelectual y por la necesidad profesional de desentrañar los problemas de Venezuela”

Laureano Vallenilla Lanz

-¿Puede hacer una lista de los autores que más influyeron en su pensamiento?

-Los he mencionado en mis libros, y ahora solo hago memoria de los que más consulté: Comte, por supuesto, creador de la escuela positivista, y después figuras que formaron mi pensamiento en forma permanente, como Langlois y Seignobos en el campo de la historiografía; y teóricos esenciales como Renan, Le Bon, Spencer, Stuart Mill, Taine y Bouglé. Fueron los guías de mi pensamiento.

-¿Fueron ellos los que lo convirtieron en uno de los propagandistas más devotos de un tirano como Gómez?

-Su pregunta es una simpleza, y su comentario sobre el Benemérito es un irrespeto.

-Haga usted las correcciones del caso, don Laureano.

-Los maestros me aportaron herramientas científicas y con ellas me dediqué a desentrañar las características de la multitud venezolana. Me iluminaron con las aproximaciones biológicas, que son las que arrojan más claridad sobre los hechos históricos. Me convirtieron en el bacteriólogo de la multitud venezolana, y me dediqué en adelante a descubrir las características de las bacterias nacionales.

-¿No le parece despectiva esa sinonimia?

-Se guía usted por necedades decimonónicas y por un tonto manual de urbanidad. A través de la biología se desentrañan los problemas que han tenido los conglomerados humanos mientras evolucionan, y los descubrí como hace un facultativo de bata blanca en su laboratorio, sin que a nadie le pasara por la cabeza que se trataba de tener amor por unos microbios y odio por otros. Así descubrí dos microbios fundamentales, la herencia y la raza como senderos que, a través de su movimiento, desembocaban necesariamente en la preponderancia del general Gómez, de ese hombre producido por la evolución que usted moteja de tirano.

-¿Por qué Venezuela desemboca en Gómez?

-Porque el reloj de su evolución marcó el tiempo con morosidad, y por la mezcla racial sucedida a través de ese tiempo. La raza blanca y la raza negra fueron absorbidas por la indígena, para que se establecieran comunidades veleidosas que se orientaron a la disgregación. Así se explican las dificultades para la implantación de modelos civilizatorios como el europeo, o de formas de gobierno liberales y democráticas. Eso está perfectamente explicado por Taine y por Vandall cuando estudian los horrores de la Revolución Francesa, y yo hago lo mismo cuando estudio la Independencia y el período de las guerras civiles mirando el caso de la mezcla de españoles y negros orientada por los indios. Son las leyes inexorables de la sociología.

-¿Y esas reglas inexorables de la sociología imponen la dictadura de Gómez?

­-No tan de prisa, porque la evolución de las mezclas étnicas no depende de su apresurado reloj de preguntador. Primero crean al caudillo como elemento regulador, y cuando el elemento regulador se debilita se las ingenian para dar paso a la figura del Benemérito, que es el fruto del desgaste de sus antecesores. Es así como la llegada de Gómez se convierte en un progreso político. Un hombre se transforma en cabeza de unas minorías capaces de invitar a la gente para que deje de ser multitud y se convierta en algo más orgánico y prometedor, como sucede después del gobierno de Cipriano Castro para ser una constante, o más bien casi una permanencia. Pero, por fortuna, las cualidades personales del nuevo jefe no dejan de ser fundamentales.

-¿Puede usted recordar esas cualidades?

-Desde luego, pero ahora me limito a leer lo que dije en la instalación del Congreso Nacional en 1920. Cito de memoria: “Por un resultado de nuestra idiosincrasia política, la dirección de nuestros destinos se halla en manos de un hombre que une al carácter y al más consciente amor por la patria, las facilidades innatas del gobernante sin cuyo concurso no es posible construir nada estable ni definitivo. Él tiene la perfecta noción de su destino; y la solidez de la situación que ha logrado crear es la prueba más evidente de que su vigorosa personalidad es como la encarnación misma de la patria”.

-¿Esa entrega suya a las cualidades personales de Gómez se debió a los intelectuales que lo formaron en la juventud, a que de veras el mandón fue una especie de portento creado por la evolución de Venezuela, que deja de ser multitud para llegar a un gregarismo más “civilizado”, o a cómo el dictador lo cobijó a usted en su seno?

-Nadie pensó semejante cosa cuando Mussolini le hizo propaganda a la traducción italiana de mi Cesarismo Democrático frente a la estatua del Libertador en Roma, ni cuando criticaron esa misma obra en la prensa colombiana. Mi pluma solo se movió por una preocupación intelectual y por la necesidad profesional de desentrañar los problemas de Venezuela.

-Por último, don Laureano, y aprovechando que he perturbado su reposo sin siquiera imaginar que daría con mis huesos en La Rotunda, ¿no piensa usted que sus ideas son anacrónicas, que ya no sirven para el entendimiento de la realidad venezolana? 

-Ya que se refirió a La Rotunda, le recuerdo que ni siquiera pensé en ella cuando respondí sus preguntas; y que -muy importante- después de su demolición se levantaron presidios parecidos en Venezuela. También le recuerdo los personalismos del futuro, reinando en Miraflores y en el seno de unos partidos políticos que se anunciaron como novedosos y democráticos. Por cierto, ¿no ha visto usted las estatuas del “comandante eterno”? También le recuerdo, en esa Venezuela que supuestamente enterró al gomecismo, periódicos parecidos como gotas de agua a los que dirigí en Caracas cuando tenía la confianza del jefe. ¿Será que la multitud venezolana, esa cuya mención le produce escozor, no está todavía conmigo en el cementerio?

Termino sugiriendo al lector que respondamos esa pregunta a cuatro manos.

 

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