Estamos aún a tiempo – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Es casi un lugar común decir, entre suspiros entrecortados, cuánta falta nos hacen Teodoro, Cabrujas, Castro Leiva y Rangel (el bueno). Pero los lugares comunes lo son porque son obviedades, no porque sean inciertos.

Recurrir a ellos para intentar entender este desguace que hicieron en Venezuela es mucho más que releer su vasta bibliografía. Es buscar las claves en ese ejercicio cotidiano de ellos de descubrír los orificios en la tela nacional. 

Ellos, idos ya, están sin embargo por todas partes. En las esquinas esas en las que nos dejamos llorar como muchachitos abandonados. En las aceras rotas por las que transitan decentes y mal vivientes. En las voces sempiternamente ignoradas de los venezolanos de a pie. 

Extraño a Cabrujas en cuyos textos huía, como de la peste, del lenguaje churrigueresco y almibarado y se zambullía en la descripción del impacto de la estupidez en nuestra vida de todos los días. Cabrujas, segura estoy, le hubiera dedicado un mordaz escrito a esta ridiculez de una sociedad venezolana que ensalza dos de las mayores idioteces: los «influencers» y ese protoplasma viscoso que se conoce como «optimistas anónimos». En poco más de tres mil caracteres, Cabrujas nos hubiera obsequiado un modo de mofarnos de tamaña sandez y sus frases se hubieran sumado a la sabrosa conversación de calle, arepera, autobús y botiquín. 

Castro Leiva hubiera desvestido de todo disfraz a los intentos de despedazar a nuestras universidades y hubiera conseguido explicarnos,  en vocablos llanos, la tremenda lección que los estudiantes verdaderamente democráticos han dado al país entero al vencer, por paliza, en las recientes elecciones de representantes estudiantiles.

Teodoro haría de la primera página de su periódico el mural para pintar de cuerpo entero la impostura del gobierno de España, la mediocridad de la mesita, la sinvergüenzura con cara de costoso arriendo de Zapatero o el primitivismo de unos diputados que, no contentos con querer afanarse los puestos directivos de la Asamblea Nacional, van ahora a revolcarse en la cama con un organismo tan desprestigiado como el TSJ para hacerse de partidos políticos que son patrimonio de sus militantes y simpatizantes. Teodoro lo diría con ilustración y en pocas palabras, sin agazaparse tras citas citables. Claro, Teodoro era original, no una mera voz que repite lo que escucha. 

Rangel (Carlos, el bueno) no requeriría de parrafadas que exigen diccionario para explicarnos que las élites no pasan de ser cantores que desafinan si con su verborrea de bardos no consiguen sacar a los venezolanos de este círculo vicioso de «buen salvaje» a «buen revolucionario», sin ser ni lo uno ni lo otro.

Ellos nos explicarían sin narrativa rimbombante que nos hemos quedado sin país. Qué somos huérfanos de patria. Que necesitamos parir de nuevo una nación, antes que ese vientre que todavía es fértil se nos quede yermo. Nos dirían que estamos aún  a tiempo. 

Lea también: «When I’m sixty four«, de Soledad Morillo Belloso

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