No es lo mismo ser y estar. No es lo mismo estar en la pomada que ser el ungüento. En 18 años, los militares pasaron de ser «acompañantes del régimen» a ser «el régimen». Hoy no están simplemente al lado del gobierno. Hoy no se limitan a acatar órdenes perversas. Hoy dan órdenes al gobierno y están cómoda y férreamente apoltronados en el gobierno. Para tenerlo claro, son gobierno. Y eso cambia todo el cuento. Dirán algunos que eso son palabras. Que da lo mismo ser o estar. Que la consecuencia es la misma. Pues no. Si los militares se limitaren al acompañamiento, a cuadrarse frente al Comandante en Jefe, la república no estaría militarizada. Al haber pasado de estar en el gobierno a ser el gobierno, los uniformados tienen la última palabra. No hay un dejarse llevar por esa verborrea que hace pensar en la sumisión de los militares a Maduro. Nada más lejano de la realidad. Lo que está ocurriendo es mucho más grave. Mandan en todas partes. Son la minoría con más poder real en el país. Presiden ministerios, organismos, empresas, corporaciones, operativos, bancos, misiones. Maduro no consulta a la FAN; le pide permiso. Por supuesto que de Chávez a Maduro muchas cosas cambiaron. Para las FAN Maduro no es sólo un civil, es un inferior en la cadena alimenticia. Un inferior altamente conveniente para los militares que mandan. De hecho, a los superiores de las FAN les va mucho mejor con Maduro que con Chávez. En todo sentido. Socialmente, económicamente, políticamente.
Los militares en comando no necesitan el aplauso popular. Les sabe a casabe si los estudios revelan que la sociedad los ha sepultado en las catacumbas de la opinión pública. Menos aún les altera el haber perdido toda respetabilidad de las gentes de a pie. Son una logia, casi secta, que mira por encima del hombro a los civiles. Pero, ¿qué pasa con los mandos medios? ¿Acaso queda una reserva moral y profesional en esas fuerzas armadas que millones de dólares nos cuestan? Yo supongo que sí; quiero pensar que sí. Porque no se les puede haber carcomido el cerebro a tantos miles de seres humanos a quienes la vida colocó en la circunstancia castrense. Eso estadísticamente no es posible. La sociedad produce anticuerpos. Su sistema inmunológico se activa. Así, creo que, callados y simulando, debe haber muchos oficiales decentes, que están en desacuerdo con este estado de cosas y están buscando la forma de expresar y ejecutar su desacuerdo sin abandonar espacios y sin tener que proceder al expediente de un golpe de estado. Para esos oficiales está claro que darse de baja sería rendirse y liberar espacios para que otros indecentes los ocupen.
Dice Fernando Mires que es preferible que los militares deliberen en público frente a los micrófonos a que lo hagan murmurando en los pasillos de los cuarteles. Tiene sentido pero no puedo evitar sentir que, abiertamente o en las tinieblas de las barracas, los militares no deben deliberar políticamente. Porque si los militares deliberan y deciden en política, los civiles estaremos siempre en abierta desventaja y llevaremos las de perder pues ellos tienen las armas y nosotros palabras y banderitas. Los militares, los antes llamados guerreros, no llevan en el ADN de su profesión el gen de la democracia. Están educados y entrenados para mandar y obedecer. Existen para la guerra posible, cualquiera sea la clase de conflicto bélico que haya necesidad de enfrentar, sea un enemigo externo o doméstico. Gobernar y ser gobernado es otra cosa, muy distinta por cierto. Y ya podemos pasarnos años debatiendo si alguien formado en las ciencias militares está capacitado para las artes de la política y el gobierno. Pero, más grave aún, lo que les toca hacer por constitución y ley no lo hacen. Así, en asuntos como el resguardo de las fronteras, carreteras, parques nacionales, cárceles, aduanas, pues cero uno. Pero su posición de poder ha convertido a los militares en una casta superior, lo cual habla de una sociedad tribal, no de una moderna sociedad republicana y democrática. Esta situación nos ha convertido en un país de caciques y caudillos. Y las dos palabras que deberían ser más importantes – República y Ciudadanos- se ven desleídas en una narrativa decadente signada por vocablos bélicos.
No me suena mero comentario que se dice al pasar eso de Maduro declarando en un acto de inauguración de viviendas que él no tiene obsesión por la reelección. Ello puede interpretarse como que su intención es terminar este periodo presidencial (aunque llegue jadeando) y no postularse para el próximo sexenio. Siento en esas palabras la presión de su partido pero, sobre todo, de algún sector de los militares. Y no es casual que esa frase haya sido dicha el mismo día que el TSJ manda al tacho de basura un amparo que daría curso al suspendido revocatorio y que en un tribunal en Estados Unidos se revela que la actuación delincuencial de los sobrinitos Flores generó fondos para costear la campaña de «la tía» como aspirante a la Asamblea Nacional. Una el lector los puntos de este triángulo y colóquelo en la víspera de la segunda sesión plenaria de la Mesa de Diálogo. El mensaje es el siguiente: Maduro no será revocado pero, calma pueblo, que dejará de ser presidente en enero de 2019 y Cilia no será la candidata a la alta investidura. Claro está, para nosotros los ciudadanos de a pie pensar en elecciones presidenciales en 2018 nos hace sentir que tenemos que atravesar varios infiernos de Dante. Se nos eriza la piel de sólo pensar en 25 meses. Pero, para El Vaticano y los organismos internacionales, 25 meses no es nada. Más se perdería en la guerra. Y la oposición tiene además por delante dos comicios que puede ganar con cierta comodidad (regionales y municipales en 2017). Y si El Vaticano consigue que sean liberados varias decenas de rehenes políticos y la habilitación de la ayuda humanitaria, el juego vuelve a perfilarse como «de recuperación del camino democrático». Falta resolver lo de los diputados de Amazonas. Y en eso debe afincarse la representación de la MUD en el diálogo. Hay que tener eficiencia, eficacia y efectividad.
La recuperación de Venezuela no pasa apenas por remendar la economía. No se trata tan sólo de un sistema que colapsó porque dependía del precio del petróleo. La sociedad entera tiene daño estructural. Y sospecho que así como muchos académicos y analistas han entendido que esto no se resuelve con palabrería y gestos, a los militares, no a los que vemos sino a los que no vemos, les cayó la locha. Entendieron que cuando la estructura se desploma, nadie se salva. Y se deja de ser y también de estar.
@solmorillob