Vivir en Venezuela supone aceptar que muchos seremos agobiados por feroces insomnios. En el más reciente episodio de no lograr conciliar el sueño, cometí la torpeza de sintonizar la radio. En la madrugada, varias estaciones repiten las entrevistas del día. Les aconsejo no hacer lo que yo hice, so riesgo de caer en un peligroso estado de angustia. Entre las entrevistas que escuché estuvo una «connotada» periodista con un «connotado» investigador y asesor político, un ejercicio de acomodada complacencia entre una y otro. Según él, Venezuela anda buscando un «líder épico», es decir, un héroe que blanda su espada contra los malos para que, al fin, triunfen los buenos, los débiles, los oprimidos. No sé si los hallazgos de este señor son verdades o si son parte de la narrativa de mercadeo que él usa para venderse. Si el país busca eso, tristemente hay que concluir que no hemos aprendido, nada. Pero, a efectos de estas reflexiones, lo que dice él no es importante en términos de sus supuestos hallazgos sino por lo que velada o abiertamente propone a su «cliente» (el régimen): la construcción de un liderazgo mesiánico, épico, caudillesco, patéticamente primitivo, que haga que los pobres venezolanos lo sigamos como quien ha visto la luz. Es decir, el liderazgo que propone es una suerte de epifanía. Lo dice con voz de éxito, sin reparar en el trauma ético que ello supone para un país sumido en toda clase de dolores, penurias y calamidades. No es ya coincidencia que con habilidad ponga en el mismo contexto las palabras «éxito» y «épico», vocablos que asfixian al que debe ser el más importante: «ético». Vaya si el cambio de apenas una letra hace enorme diferencia.
Escucho la entrevista y veo una propuesta que en nada difiere de destructivas historias de la Humanidad. Que allí están terribles páginas apenas recientes en la memoria nacional y universal, nombres que épicamente construyeron éxitos que condujeron a tragedias que costaron muerte y destrucción: Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, Perón, Fidel, Gadaffi, Sadam Hussein, por sólo mencionar algunos héroes, unos líderes épicos que no fueron sino tiranos que edificaron popularidad y la usaron para guiar a sus pueblos a transgresiones éticas de proporciones satánicas.
Este señor, un asesor técnicamente competente de muy cuestionable altura ética, podría hoy, como lo hizo en el pasado, asesorar a la oposición. Su planteamiento sería exactamente el mismo, una fórmula de cajita para ganar primacía en el mercado político de las masas. El no es distinto a otros que he conocido en mi vida, criollos y extranjeros por cierto. A todos les aplica aquello de «el talento sin probidad es un azote». Es gente que trabaja bajo el concepto del «eso se puede» borrando el corolario indispensable de «pero eso no se debe».
¿A dónde voy con estas reflexiones que comparto con ustedes? Nada hay más fácil que armar una estrategia política de oportunidades, una que explote las carencias y confusiones. Basta con ubicar bien los puntos débiles y disparar a esos «targets». Eso, créanme, lo puede diseñar cualquiera, de cualquier bando. Donald Trump acaba de ganar la presidencia de Estados Unidos con una estrategia electoral extremadamente eficiente que le permitió el triunfo en el total de los votos electorales aunque no obtuviera la mayoría en los votos de los ciudadanos. Hoy Trump se perfila como un presidente de una minoría que no va a respetar a la mayoría (y hasta la va a pisotear), por muy cacofónico que suene ello en una democracia. A nosotros los venezolanos ello no puede sorprendernos: al fin y al cabo, el finado llegó a la presidencia y se mantuvo en ella hasta el final de sus días con el apoyo minoritario del total de los electores inscritos. Una minoría lo puso en la presidencia, una minoría hizo y aprobó la Constitución, una minoría legisló por años, una minoría gobernó los estados y municipios, una minoría se estableció en el poder. Y sigue allí, decidiendo todo. Y eso exactamente es lo he propone este señor asesor, un modelo de estrategia que garantice que una minoría triunfe y mande, sin atisbo alguno de ética. Venezuela va a continuar zambullida en este trágico estado de cosas mientras la palabra «ética» sea un estorbo en la estrategia.
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