Nuevo epitafio – Soledad Morillo Belloso

Hace poco menos de un año transité un «episodio» del corazón. No fue que mi marido se escurrió tras una cautivante falda corta o un sugestivo bikini con flecos. Tampoco fue que yo sucumbí bajo el influjo de un cuarentón con barriga de cuadritos, lo cual me haría cursi y patética. Nada de eso. Mi marido y yo, por fortuna, tenemos alto sentido del ridículo y somos extremadamente pragmáticos como para sumar a la crisis de país un desastre personal. El «episodio» fue cardiopático. Les ahorro los detalles pero quiero narrarles las estaciones del turismo farmacéutico que ahora forman parte de mi vida cotidiana. Diario debo tomar nueve medicamentos. De por vida. Gracias a familiares y a nuestros excelentes amigos, de esos nueve fármacos logró tener suministro estable de 3 o 4, con el riesgo que supone un tratamiento incompleto. Cada día hago turismo por todas las farmacias de Margarita en procura de los necesarios medicamentos. En un día exitoso consigo uno o dos. Al entregar la receta médica al gentil farmacéutico, la respuesta suele ser un «no hay», dicho con no poca angustia, pues esos profesionales no encuentran placer alguno en dar respuestas negativas. Saben bien que para un cardiópata la ingesta estricta de los medicamentos indicados por el médico tratante son asunto de vida o muerte. A la ridícula tragedia de no conseguir los medicamentos en la isla de Margarita, se suma la necedad de la prohibición del envío de medicamentos desde otras ciudades de Venezuela. Entonces, al vía crucis de la búsqueda, de la molestia a familiares y amigos que se convierten en insistentes buscadores en farmacias de Caracas y otras ciudades, hay que agregar el pescar alguien que venga a la isla, arreglar que le sean entregadas las pastillas, que acepte traerlas y coordinar la entrega.
Hermana y cuñada de profesores de la Facultad de Farmacia de la UCV, me he pasado tres cuartas partes de mi vida escuchando largas conversas sobre protocolos para medicamentos. De hecho, ignara como soy en asuntos científicos, empero ayudé a mi hermana en la edición de sus trabajos de ascenso, varios de los cuales trataron sobre estrictos protocolos para el expendio de medicamentos en farmacias y establecimientos autorizados. De mi hermana Milagros, profesor a dedicación exclusiva en la UCV, aprendí que el control en el despacho de fármacos es fundamental para evitar desastres. No es conveniente ni aconsejable que haya circulación de fármacos sin control profesional. La gigantesca cantidad de medicamentos que se solicitan y dan en redes solidarias  habla bien de la calidad humana de los venezolanos, pero es peligroso. No hay cómo saber el origen primario de esos fármacos, si se han cumplido los necesarios protocolos de control de calidad y, puesto en extremo, si ese medicamento es lo que dice ser. La informalidad no es buena cuando de la salud se trata.
Una muy pequeña minoría cuenta con algunos recursos para adquirir los medicamentos en el exterior. Si hablamos de tratamientos de por vida, la cuenta lleva a gastos insólitos. Repito, eso puede costearlo una minoría. Y no se desarrollan programas de gestión pública para minorías. A éstas se les trata como excepción y para ellas se diseñan programas especiales.
La irresponsabilidad es la moneda de uso corriente de este régimen que padecemos. Por estos días escuché al presidente de Confagan (un rojito bien aprovechado que hoy pasa aceite porque no le otorgan los dólares preferenciales que le llovieron hace pocos años) quejarse porque el retraso en la asignación de dólares, de 10 o 666, se traduce en que no hay cómo sembrar palma para de ella extraer aceite. El periodista que lo entrevistaba no le comentó que el aceite de palma es extremadamente perjudicial para la salud. Tapona las arterias. Es un producto tercermundista a punto de ser prohibido en el mundo desarrollado, en el cual el aceite consumido es fundamentalmente canola, girasol, oliva, ajonjolí y maíz. El de palma es particularmente nocivo. Pero es barato. Un gobierno responsable, con visión de estadista, entendería que lo barato sale caro. El costo por el detrimento de la salud es incalculable. A la larga veremos un hueco en los presupuestos familiares y del estado por tener que atender enfermedades provocadas por ingesta de aceites insanos. Pero el señor de Confagan tiene vara alta. Y no habrá de sorprendernos que le otorguen los dólares que pide.
Tuvimos por cierto una excelente industria farmacéutica. Hoy está destruida. El régimen prefiere importar medicamentos antes que producirlos en Venezuela. Eso es carísimo, cuesta innumerables empleos, socava los protocolos de calidad y beneficia a unos cuantos por encima de las grandes mayorías.
Como yo soy una mujer muy precavida, hace rato diseñé mis exequias, con música y celebración. A mi marido los asistentes le dirán «gracias por invitarnos, te quedó buenísimo el velorio». Preparé mi epitafio. Rezaba «aquí está lo que quedó de ella, en contra de su voluntad». Hube de cambiarlo por un «aquí yace ella, antes de tiempo, gracias a Maduro».
@solmorillob

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