Jean Maninat

Prosopopeya – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Jean ManinatLos superhéroes contaminan la civilidad. Nos maravillan y angustian con su desprecio por lo cotidiano, la locuacidad con la cual ponen de lado sus deberes hogareños, el arrojo que es su Denominación de Origen Controlada (DOC). Tienen lo que hay que tener.

The right stuff  lo denominó Tom Wolfe en su novela sobre los primeros astronautas en la carrera del espacio emprendida por los americanos. (Todos somos americanos, pero los gringos fueron los primeros que lograron clavarle a la Luna un proyectil en el ojo como había desvariado George Méliès en Viaje a la Luna, en 1904).

En nuestro humilde terruño siempre tuvimos a Bolívar a lomos de un caballo siempre engrinchado -nunca pastando, o abrevando- adornando cualquier plaza principal de cualquier pueblo del país. Venimos de una estirpe de héroes, y hay quien reclama estar a la altura de sus lanzas y machetes, mientras el mundo se puebla de autos eléctricos y patinetas autopropulsadas. Las terribles guerras que nos precedieron, y los hombres que las pelearon -a caballo, machete y sangre-, serían el ejemplo que dignificaría la lucha por la recuperación democrática de Venezuela.

(Entre los logros de lo que fue la democracia venezolana está haber incorporado a la izquierda guerrera de los sesentas a su torrente sanguíneo democrático, y asumirla como agente político con plenos derechos. Los reintegrados no supieron leerlo con certitud y perdieron la oportunidad de haber sido el otro pedal que podía hacer avanzar la bicicleta republicana. La rémora de la “lucha armada” no perdió la oportunidad cuando se la dieron. Pero eso es harina de otro costal).

Lo cierto es que veinte y tantos años después de la entrega de las élites y el “pueblo” de un pequeño gran país,  sus medianos y grandes logros históricos son sustraídos por el día a día de una retórica epiléptica, repleta de frases grandilocuentes cercanas a la autoayuda que poco hacen por vislumbrar logros tangibles. Vivimos ahogados en consignas de lado y lado.

La prosopopeya da nota, es adictiva, insufla de vacío, suplanta la realidad y al final nos deja con palabras sin contenido que se repiten como un rosario de buenos deseos. ¡No pasaran! ¡Vamos bien! ¡El pueblo unido, jamás será vencido! ¡Dictadura no sale con votos! ¡Esta tierra es de valientes! Y pare usted de contar.

Al final, el tedio desanda las calles, las palabras cansan a las palabras, y la prosopopeya se convierte en otro triquitraque mojado. ¡Pim, pam, pufff!

 

 

 

 

Lea también: «El elefante en el cóctel«, de Jean Maninat

 

 

 

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