Por: Jean Maninat
Nada mejor cuando uno tiene poco que agregar en una velada entre amigos que acudir al salvavidas de: “Por cierto, no han visto la serie coreana El teléfono ciego, está sensacional, ojo, es sin subtítulos, pero igual se entiende la trama”. Las series, como antes las “pelis”, son el nuevo password para escapar del aburrimiento de una conversación desangelada como un yogur natural, o alterada como trumpiano en alpargatas, o paranoica como la explicación de una trama conspirativa. Son un regalo del Señor, en todo los sentidos.
Digamos que está usted viendo la serie danesa Borgen y se hace adicto a las “aventuras y desventuras” de Birgitte Nyborg, por alcanzar el cargo de Primer Ministro y mantenerlo mientras cuida de su familia, naufraga su matrimonio, se complica emocionalmente la hija, y maneja la política con la firmeza grácil de un esgrimista. Está rodeada de políticos -algunos sin escrúpulos- lo cual no le facilita la tarea, pero se tejen acuerdos, se negocia, se presiona, se debate en el parlamento, y en medio de todo, se vive como un ciudadano que participa en esa maravilla que puede ser la política. ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?, se pregunta distraído y se hace un silencio sideral, solemne, como el del día anterior a la Creación.
Pero viéndolo bien, no hay que acomplejarse, perder confianza en nuestras capacidades, desdeñar el reservorio de nuestra rica experiencia política, desdecir del talento de nuestros guionistas, y proponerle una serie a Netflix (no es un aviso publicitario) que desgrane el proceso de autodestrucción de una clase política que lo tuvo casi todo, y todo lo dejó ir. Podría asumir un tono épico como esas leyendas escandinavas (para seguir en la onda) que tanto gustaban a Borges, Jorge Luis, that is.
Hay suficiente material, con todos los ingredientes que garantizan el éxito inmediato de una serie: héroes abnegados, heroínas extasiadas, despedidas épicas, entregas simbólicas al enemigo en nombre de las mayorías, grandes conspiraciones, batallas callejeras, sangre joven ofrendada a salvajes sedientos, entradas y salidas airosas de embajadas extranjeras, aventuras militares que fracasan por la traición de los conjurados, mercenarios que desembarcan a manos del enemigo, grandes escapes, la secta de los Caballeros de la mesa cuadrada, y la de los Pérfidos de la mesita cuadradita.
Y hay unos malos, bien malos, requetemalos que aliados con fuerzas oscuras de otras tierras, y poseedores de los secretos de Saurón, siempre ganan por sus malas mañas mágicas. Sí, adivinó usted, también hay un Frodo Bolsón, más bueno que el pan, que vendrá un día a dirigir la gran liberación y fundir las cadenas para hacer campanas victoriosas. Y hay una fecha fundacional en la vaporosa antigüedad, cuando todas las tribus se unieron y vencieron a los malos, bien malos, requetemalos con sus mismas armas. Pero esa es un leyenda que ya nadie cree…
(N.B. Conssumatum est, a ver que nos proponen ahora).
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