Publicado en: El Universal
Freud replanteó al final de su vida la teoría del inconsciente o Ello, que al comienzo creía campo de batalla de dos fuerzas opuestas y endógenas: Eros y Tánatos, creación y destrucción, amor y violencia. En Malestar en la cultura, concluye que en el Ello no hay dos, sino una sola energía, Eros, la fuerza vital, que reacciona conforme a la adversidad del entorno. El ser humano lucha para calmar necesidades, hambre, sed, sexo, cubrirse del frío, pero la escasez, el principio de la realidad pone límites.
No tenemos todo lo que ansiamos, la realidad reprime al Eros, al placer, pues si tomáramos lo que se nos ocurre, sería la ley de la selva. La sociedad no es naturaleza, no están disponibles todas las cosas, los bienes ni los cuerpos, ni somos lobos para saciar pulsiones in situ. La cultura nos enseña a controlarnos, auto reprimirnos, que existen momentos y lugares para la satisfacción, pero también lo inalcanzable, y que se castiga invadir el fuero de los otros.
La realidad produce frustración, neurosis y descubrimos que las uvas están verdes. Para la aporía utópico nihilista de Michel Foucault y otros ideólogos, la sociedad es malvada, castigadora, impide la felicidad. Su antropología es una nostalgia por los neandertales que de un leñazo en la cabeza de la hembra y resolvían indisposiciones al acto sexual. Miles de años de pugna, de una relación contradictoria entre cultura y sociedad, instituciones y biología y convivimos a la sombra de la ley, la sanción por irrespetarla, y de Dios.
Bajo su amparo, la sociedad conquistó los más altos niveles de riqueza y libertad. Pese a Foucault, los que arrasaron con los tótem y tabú, ley y propiedad, vigilar y castigar, se sumieron en entropía, barbarie, miseria y tiranía hasta que regresó el orden social. Pero este es tan frágil, que basta que parpadeen las barreras represivas por catástrofes o tumultos, para que regresen el pillaje, la violencia y la barbarie.
Bestias populares
EEUU evidenció que la sociedad más libre podía contagiarse desde el poder, no solo de Covid-19, sino de irracionalidad. Cerca de la mitad de la ciudadanía contrajo calumnia, arbitrariedad, fanatismo, insulto, abuso de poder, rápidamente los vio normales, arquetipos de conducta. Los grupos terroristas que irrumpieron contra Bill Clinton, aquella Milicia de Michigan, los que detonaron el edificio de Oklahoma City, o Unabomber, volvieron ahora con Attack y sicópatas uniformados que acosan gobernaciones, con el apoyo ostensible de Trump.
¿Cómo y por qué personas apacibles, con vidas organizadas, devienen fieras a la prédica de demagogos populistas y feroces? ¿Por qué hubo simpatía por Hitler, Mussolini, Perón, Fidel y por caudillos del presente? Muchas veces he citado a Isaiah Berlin: las sociedades democráticas se arrodillan frente a los hombres fuertes, y las instituciones protectoras se desnudan ante el violador.
Trump lo hizo y no metafóricamente, hasta toparse con el bofetón de la bella Alicia Machado y luego con Biden y Kamala. La explicación psiquiátrica la pediría a Alirio Pérez Lo Presti, pero en la historia, que la bestialidad se convierta en poder de masas es frecuente, frente a un poderoso y sin escrúpulos. Pesadillas manchan el pasado, la inquisición, el terror revolucionario, el stalinismo, el nacionalsocialismo, el castrismo, el videlismo.
Inquirimos sobre qué explica el apoyo colectivo a esos horrores, que creemos irrepetibles, pero que siempre están por repetirse. Gente normal, parte de 47 millones que votaron por Trump, difundieron que Hillary Clinton y Biden manejan una red pedófila junto, son comunistas y eliminarán Acción de Gracias y la Navidad. La pesadilla no está enterrada. De cualquiera emerge un energúmeno, pero también quien menos esperamos puede ser generoso e incluso heroico.
Un tiburón enganchaste
Si la egolatría, el desprecio por el otro y los instintos predominan sobre el superego, los valores, tendremos un maltratador, una bestia social. Shakespeare, el verdadero creador de sicoanálisis, en La violación de Lucrecia describe la fisiología de su mente en el poema que recrea una leyenda de por qué cae la monarquía romana. Tarquino hijo del rey, se encapricha con Lucrecia, la bella esposa de Colatino, un importante oficiales del ejército, quien estaba en batalla.
Frío, sin clemencia, “con el pecho maluco”, premedita la emboscada pese al terrible daño a sus amigos. Evalúa el escándalo en la nobleza, la humillación de Colatino en el ejército, pero el hijo del gran Tarquino el Soberbio no se arredra y va a la casa de Colatino. Shakespeare se complace, como siempre, en describir el mal en la fisiología de la mente criminal. Estaba decidido, destruiría vidas, pero al final unos ganan y otros pierden.
La violó a punta de espada, Lucrecia se suicida luego de contar a su marido su desgracia. Según la leyenda, eso desencadenó la caída de la tiranía y nace la república romana. La prédica corruptora desde la cúpula afectó a la sociedad norteamericana, pero lo más importante: ella misma expulsó el virus y rápido recuperará la salud para bien del mundo.
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