Por: Jean Maninat
Cuenta Filippo Bonicontri en sus memorias apócrifas que la secta invencible existió de veras, que mantiene activa hasta nuestros días a su extensa membresía y que su liderazgo ha ido transmutando para darle cabida a mujeres y hombres, hombres y mujeres -alternativamente- de manera tal que los logros y yerros fuesen distribuidos entre lo que todavía entonces se llamaban, los sexos. Luego -con la invención y masificación de la luz eléctrica- los hombres y mujeres de esa estirpe no necesitaron de tintes vegetales para disimular sus rostros, ni de tizones para alterarse la piel, ni de ensayar muecas a la hora de mentir, porque habían dado con la fórmula para que se borrara de su sapiencia histórica toda noción de falsedad o verdad. Si no hay verdad ni mentira, tampoco existiría lo bueno y lo malo, ni la propiedad de las cosas, ni las fronteras, ni siquiera valdría la palabra, hasta entonces la única rúbrica valedera para sellar un trato. Pero, lo más determinante, no podía haber ni vencedores ni vencidos. Tan solo brotarían ganadores de cada contienda.
Si nos atenemos a los Cuentos inhóspitos de Guillermo de Baskerville, (en ellos habría vertido camufladas en modo de chanza sus 15 tesis sobre la unicidad de la victoria y la derrota para escapar de los esbirros que había soltado Lutero y su Reforma en su contra y de sus ideas) el ganar y el perder son las dos caras de una misma moneda, lanzada al aire por una deidad burlona para castigar la buena fe de los apostadores que creen en la contradicción de los opuestos. (De hecho, en los Cuentos inhóspitos, las monedas se quedan suspendidas en su vuelo sin jamás tocar el suelo, suspendiendo así la conclusión del azahar que es la materia íntima de todo denario o criptomoneda de fiar.
Para Baskerville y la escuela de la unicidad de los opuestos, el resultado de la batalla de las Termópilas es incognoscible en término de ganadores o perdedores. Jerjes y sus persas habrían ganado militarmente pero Leónidas y la alianza de Esparta habrían alcanzado la gloria. Para Patton, el famoso general estadounidense, allí habría comenzado el declive del ejercicio militar y el sentido del Honor que lo acompaña. (No hemos encontrado dónde pronunció palabras similares Patton. Y el fact checker de esta columna hace semanas que no viene).
Las grandes derrotas animan el ánimo de los derrotados: la batalla de El Álamo donde los colonos gringos de tierras mexicanas fueron diezmadas por el General Santa Anna, todavía se conmemora con un Remember The Alamo, que es una manera de no pasar la página de un encuentro desigual entre un puñado de “heroicos” colonos angloamericanos y un ejército profesional de mexicas enardecidos. En la historia escrita por la escuela no binaria de historiadores perimétricos de la Pequeña Venecia, es harto conocido y reconocido la celebración del Triunfo del 28 que celebra la rojización del territorio en manos del bando oficialista y la no participación activa de la población opositora que se quedó en su casa para forzar que sus contendientes perdieran ganando, o ganaran perdiendo… según la corriente de opinión dentro de la secta invencible a la que se pertenezca.
N.B. Está de más advertir que en esta diatriba ya ha corrido mucha tinta color sangre y que es un surtidor inagotable de flexión política.